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MISION DE CUMANA.—CAPITULO IV 63 más sean condenados a cada doscientos azote& y destierro perpetuo de esta Provincia; en que su Merced desde luego los da por condena- dos, lo contrario haciendo: y sólo permite el ir a donde los Padres es- tán, siendo a llevarles algunas cartas o limosnas de los fieles, etc". 3. Pasado este lance, se aquietaron algo los indios de San Francisco, si bien no dejaron de quedar sobresaltados los Padres y con bastantes recelos de que en adelante les sucedie- sen cosas semejantes. En este tiempo murró de muerte natu- ral un indio, capitán de la misma población, después de haber recibido todos los Santos Sacramentos con gran devoción y consuelo suyo y del Misionero; y, después de muerfo, se acor- daron los parientes que más de seis meses antes de caer enfer- mo le había regalado un religioso un poco de chocolate, y co- mo se hallaban molestos con las cosas pasadas y son tan su- persticiosos, empezaron a decir que aquel chocolate que le regaló el Misionero le había quitado la vida al capitán. Así lo creyeron todos, y sin otro motivo trataron de vengar el a- gravio imaginado: pusiéronse en armas y alborotaron la po- blación contra los religiosos, con el fin de matarlos a todos y volverse al monte. Al efecto, en la tarde del mismo día que dieron sepultura al indio, cercaron la casa de los Padres para ejecutar su inten- to; reconociéronlo presto los religiosos y se prepararon para morir; después salieron a sosegar la gente y la hallaron tan fiera, que tuvieron por indudable la muerte. Viendo el ne- gocio de tan mala calidad, tomó la palabra uno de los Misio- neros; y, confiado en Dios, empezó a predicar en medio de los amotinados, afeándoles su atrevimiento e ingratitud, y fué cosa maravillosa que, a pesar de estar los indios hechos unas fieras y hablarles el Misionero en español, que apenas com- prendían los indios, les puso Dios tal pavor, que no se atre- vieron a cometer el menor desacato; antes hiel), se fueron re- tirando a sus casas, desahogando su furia en un caballo que servia en el Hospicio para las cosas necesarias, tirándole mu- chas flechas, y con esto se satisfizo el agravio que habían ima- ginado. 4. Desde mayo hasta agosto del referido año de 1669 co- rrieron así las cosas; después volvieron las inquietudes y co-

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