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362 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA 11 de agosto de 1701, y al llegar a Cádiz se incorporó el bu- que a la Capitana y Almirante de las islas Azogues, y otro na- vío de registro que pasaba a Maracaibo. Tres días después, sufrieron una terrible tormenta, de cuyas resultas se volvieron a Cádiz los dos navíos de las islas Azogues, a causa de que el del Almirante no podía gobernar el timón por estar muy sobrecargado. Con esto fué preciso proseguir solos el navío de los Padres y el de registro, y con viento favorable llegaron casi a la vista de Canarias el día 19, en que se les presentó una nueva tribulación y no de las menores, porque ya cerca de ponerse el sol, yendo delante el navío de regis- tro, dió contra el de los Padres un buque corsario argelino dándole dos bordos, en los cuales perdió alguna gente y se re- tiró; sin embargo, habiendo reconocido la debilidad de los nuestros y que tenían muy maltratada la artillería y falta de municiones, volvió a la mañana siguiente y atacó con más fu- ria a los dos navíos, aguantando el de los Padres el combate y entretanto huyó el de registro, dejándolos solos en la lucha con el enemigo. Duró el combate cerca de seis horas, ayu- dando a la gente los Padres Ambrosio de Belgida y Antonio de Ferramunda y un religioso lego Mercedario calzado que a- compañaba al Vicario general. Como el buque corsario tenía mejor artillería, en tan larga brega mató la mejor gente de los nuestros; los demás desmayaron. El P. Ambrosio recibió un balazo en el cuello y otro le atravesó el pecho. Al P. Antonio le había quitado dos dedos un casco de granada y el Merceda- rio había sido atravesado por una hala, y estaban todos a montonados con los muertos y heridos. Por fin los argelinos se apoderaron del navío, y marchó con él, sufriendo los Misioneros grandes trabajos, especial- mente los heridos, que duraron cuarenta y ocho días, hasta que llegaron a las costas de Argel. Porque además de ser oscuro y hediondo el lugar donde los metieron a todos los heridos, padecieron horrible calor, hambre y sed rabiosa, y los gritos, aullidos y lamentaciones de los menos sufrids, y lo que les era más intolerable, porque les traspasaba el alma, fué oír a los renegados terribles burlas y blasfemias, con que los atormentaban constantemente. Fué Dios servido que sanasen

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