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I'IIS1ON DE GUAYANA.—CAPITULO XII 325 El 2 de mayo, Bolívar se encargó del mando de los vencedores de San Félix, dejando a Piar frente a Angostura que sitiaba; y ordenó al punto la traslación de Caruachi, donde habían permanecido los veinte Capuchinos, a Tupuquen o Tumeremo. Pero el 7, en lugar de llevarlos a los pueblos indicados, el coronel Jacinto Lara y el capitán Juan de Dios Monzón, partidos del cuartel del Libertador, que se acercaba al paso del Caroní, llevaron a cabo la ejecución cobarde de estos veinte civilizadores, completando lo inhumano del hecho al arro- jar sus cadáveres al río. Que la orden partió de Bolívar no cabe duda, en virtud de que nada sufrieron los ejecutores; mas cuando ahí mismo llegó a Carua- chi éste, y tamaña iniquidad no se hubieran atrevido a cometer casi en su1 presencia sin estar facultados para ello. Además, nada tenían que ver Jacinto Lara, oficial de Bolívar, y Monzón, desertor de los Dragones de Piar, con los hasta entonces inofensivos Capuchinos. Y conocijs las leyes de la disciplina militar, es de suponer el ejemplar castigo que hubiera hecho por tal crimen en sus ejecutores". 8. En ci número 4.092 del ilustrado diario El Tiempo, de Caracas, se hacen atinadas reflexiones acerca del asunto que venimos tratando. Dice así: "Después de un siglo de Repú- blica, todavía no hemos tenido tiempo de pensar en la suerte de tantos infelices indios, ni en la paulatina colonización de nuestro inmenso territorio. La obra de las Misiones, mala- mente interrumpida desde el año diez y siete del siglo pasa- do, cuando a las márgenes del Caroní fueron vilnente ulti- mados los Misioneros Capuchinos, todavía no se han podido restablecer (1), y sin embargo, ellos serían la alborada de esa obra civilizadora y humana que nos reclama a una la religión y la patria. En esas vastas regiones inexploradas, que acaso ocultan en sus entrañas los más valiosos tesoros, la civiliza- ción apenas ha comenzado sus trabajos; es la cruz la que de- be penetrar primero, en manos del Misionero, como antorcha luminosa, a conquistar palmo a palmo esa tierra de promi- sión. Lo poco que hoy tenemos lo debemos a la cruz. Sólo el Fraile iba tejiendo, con su invencible paciencia, con su sen- cillez y mansedumbre evangélica, la red de los pueblos que de un extremo a otro del continente se alzan hoy en Sud Amé- rica. El Misionero es la única esperanza para esas vastísimas (1) Este articulo fué escrito en 1914. Actualmente ya están fun- cionando las nuevas Misiones del Caroní, restablecidas en mayo de 1924. T. U.—p. 21

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