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316 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA que se realiza, no con el derecho ni con la fuerza, sino con esos mis- mos misioneros a quienes nosotros sacrificamos. El problema quedó resuelto para nosotros: el gran pecado de Ve- nezuela, el gran pecado que venimos purgando es indudablemente EL ASESINATO DE LOS MISIONEROS DEL CARONI. 2. Coincide con nosotros en esta opinión el ilustrado señor doctor Abel Santos, quien escribió en "El Eco de Tovar", de 23 de enero úl- timo, lo siguiente, que traemos con mucho gusto en nuestro apoyo: "Nosotros que creemos en la justicia divina que pesa igualmente sobre los hombres y los pueblos, siempre hemos considerado la inva- sión de Guayana como una pena que se nos impone por el fusila- miento (le los misioneros del Caroni, asesinato estéril como lo es to- do crimen y que bien puede costarnos la Guayana. Si esos misioneros no hubieran sido sacrificados, los indígenas que pueblan las selvas del Orinoco serían nuestra mejor defensa, y habría allí poblaciones en lu- gar de bosques impenetrables, solamente hollados por esas tribus pa- ra quienes la República no ha sido sino madrastra. Nuestros Go- biernos nunca se han ocupado en serio de su suerte; nunca se ha pre- tendido reducirlos a la vida civilizada, ni procurado que fueran ciu- dadanos útiles al país; por el contrario, cada vez que se ha podido, se les ha maltratado y robado, rebajándolos casi a la condición de es- clavos. La República expía su delito y quiere reparar tamaño crimen; viene a plantar la cruz del misionero sobre el patíbulo en que un día los sacrificó, sin otra culpa que su nacionalidad. Necesidades de la época, se nos dirá, pero necesidades que no eran tales, sino solamente aberraciones de un sanguinario crimen inaudito, que sin duda expia- mos, porque, lo repetimos, los delitos de las colectividades, así como los de los individuos, todos caen bajo la acción de la justicia, tardía a las veces, pero siempre ineludible. Que sean bien venidos esos mi- sioneros y que al plantar sus tiendas sobre las tumbas de sus herma- nos, su oración primera sea para implorar piedad del cielo para esta patria desgraciada." Como muy bien dice el señor doctor Santos, "si esos misioneros no hubieran sido sacrificados, los indígenas que pueblan las selvas del Orinoco serían nuestra mejor defensa, y habría allí poblaciones en lugar de bosques" .... A lo que nosotros agregamos que no puede con- cebirse cuanto habrían avanzado los misioneros en la civilización (le los indígenas hasta en lo más recóndito de los montes y cómo estaría (le poblada esa región, a la que no hubieran osado penetrar los in- gleses. 3. De las distintas relaciones de tan horroroso acontecimiento publicamos, por juzgarlas más exactas, la que trae la "Historia de Ve- nezuela", por Baralt y Díaz, y la que últimamente hizo el señor L. Duar- te Level, abundante en (latos y detalles, recogidos en los mismos luga-

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