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MISION DE GUAYANA.—CAPITULO XII 315 eran españoles, habían jurado obediencia a su rey y en su misión de paz no cabía que ellos hicieran causa "omún con un partido que hasta entonces era considerado como revohicionario. Además, para esa fe- cha ya se había derogado el decreto de guerra a muerte, y mucho menos debía ejecutarse esta de una manera tan bárbara y en diez y ocho sacerdotes inermes que no habían hecho armas ni ningún mal po- dían hacer a la causa de la independencia, tanto más cuanto que todos los bienes de las Misiones estaban en poder de los independientes y habían servido para alimentar a su ejército y equiparlo, circunstan- cia de gran significación que ha debido tenerse en cuenta para darles más bien muy buen trato. Mucho menos puede excusarse con la circunstancia de que se hace mérito de ser los misioneros mal queridos por los indios a causa del maltrato que les daban, porque esto es inexplicable en el carácter de los misioneros y en todos sus honrosos antecedentes. Natural- mente los indios estaban sometidos al trabajo y a un régimen de vida que no había de serles muy agradable y en el que debían de echar de menos la completa soltura de que gozaban en sus tribus; pero de esto a maltrato nos parece que hay gran diferencia y que sólo se trae por los historiadores para tratar de atenuar, un tanto siquiera, crimen tan espantoso, que manchó indeleblemente la causa de la independencia con sangre inocente... . Los hijos también se quejan del maltrato de sus padres, porque los tienen recogidos y no los dejan en entera liber- tad para nacer lo que quieren. Pero aun suponiendo, sin conceder, ese maltrato, con este no se justificaría por modo alguno esa tremenda ejecución. Tampoco excusaría tamaña barbaridad el que, según escriben algunos historiadores, hubiera algunos misioneros de mala conducta, porque eso, aun siendo cierto, no ameritaría el castigo de todos y me- nos aun tan bárbaramente, sino el juicio y castigo a que se hubieran hecho acreedores los culpables por sus faltas; tanto más cuanto que, como confiesan varios de esos mismos historiadores, "entre los capu- chinos catalanes, es cierto que había varones muy respetables, dignos de toda consideración". (Montenegro). Tan inaudito crimen quedó impune como dejamos dicho; ni una palabra de reprobación salió de los labios de las autoridades para con- denarlo; la nación no protestó contra él ni. pidió su castigo y por con- siguiente se hizo cómplice de él y viene desde entonces recibiendo el castigo de su gran culpa. Allí está el Congreso de Cariaco que coincidió con el gran asesinato; este fué el 7 de mayo y el Congresi- fio se reunió el 8 y se disolvió el 9. Allí está la ejecución de Piar, el héroe de San Félix, el gran capitán que tanto prometía a la Repú- blica, la que ocurrió pocos meses después del asesinato de los misio- neros. Y allí están todos los males que afligen a la Patria y hemos se- ñalado. Allí está sobre todo la ocupación inglesa de la Guayana, la

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