BCCCAP00000000000000000000504

creación de una cátedra de lenguas indianas en Trinidad (1), que no se pudo llevar a cabo por falta de discípulos; lo mis- mo que había sucedido con otra de 5 de diciembre de 1689, en que mandaba Su Majestad que se pusieran maestros en las Misiones de Los Llanos, que tampoco hubo candidatos que quisieran ir abs pueblos. Todos los Misioneros predicaban y enseñaban a los indios, y hablaban con ellos en su propia lengua; el rezado de la ma- nana y tarde se hacía, dice el señor don Eugebio Alvarado, primero en castellano, y después, al menos en una de las ho- ras, en Pariagoto, para que lo comprendan mejor (2), "porque era preciso acomodarse a las necesidades de los indios y a las circunstancias"; pues, según nos dice el señor Gobernador Di - guja, no todos los indios recibían la misma instrucción: de- pendía del más o menos tiempo que llevaban en los pueblos y de las aptitudes de cada uno para aprender. Era necesario ir muy despacio en la educación de los in- dios que sacaban de los montes y acomodarse a su psicolo gía, a sus caprichos y gustos, y contemporizar hasta con sus pasiones cuando no eran contra la moral cristiana; el indio en general es como un muchacho mal criado: perezoso, gb- tón, amante de la algazara, ávido siempre de impresiones fuertes que sacudan sus nervios entumecidos. Por eso los Misioneros procuraban primero aficionarlos a la vida civil de los pueblos y estimularlos al trabajo, fundando arboledas de cacao, de algodón, y que cada uno tuviera su labranza, donde cosechaba los frutos necesarios para satisfacer SUS necesida- des; y, sobre todo, excitaban su codicia los hatos de ganado vacuno y caballar que tenían los pueblos de Misión en común. Todo lo cual les proporcionaba un positivo bienestar, envidia- moderado, pues como los lugares donde tenían sus siembras ran fertilísios, resuUaha que sin grande esfuerzo vivían en m la abundancia. Esta prosperidad de las Misiones explica la suntuosidad con que celebraban sus fiestas religiosas, en templos majes- (1) Biblioteca N. de Madrid, sig. 3.561. (2) Véase Cuervo, t. IV, p. 212.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz