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MISION DE CUMANA.—CAPITULO 1 25 3.. Cansados los Misioneros de esperar (1), e impacientes por la tardanza (le hacer algún fruto en las almas, uno de ellos, acompañado de tres o cuatro españoles, y confiado en la divina providencia, se determinó a entrar por las tierras de los bárbaros, alejándose (le Curnanacoa, sin más guía, que algunos indios convertidos, dos o tres días de camino; lle- garon a un cerro desde donde se descubrían muchas casas de indios apartadas unas de otras, como ellos suelen vivir; luego que los indios se dieron cuenta (le SU llegada, vinieron muchí- sisnos hacia el Misionero, armados de guerra, creyendo el re- ligioso y los que le acompañaban que había llegado su última hora. Contó el mismo Misioners que, estando él sentado en una piedra, se le acercó uno de aquellos indios guerreros con el espadín desnudo y alzado, y le dió una vuelta en derredor, corno buscando el modo de hacer el golpe más certero. El pobre religioso creyó que aquel bárbaro de sólo un golpe le echaría la cabeza al suelo, y no hizo más que encoger los hombros y cerrar los ojos, pidiendo a Dios con fervor su asistencia, y esperar la muerte que tenía por cierta. Así lo juzgó él, y con esa consideración preparó su ánimo para cual- quier trabajo que le sucediera; sin embargo, no se atrevió el indio a hacerle el menor daño, librándole Dios milagrosa- mente de aquellas furias por medio de un cacique, que se lla- maba Capitán Carrera. Este cacique se puso de por medio y le habló al Misionero aconsejándole "que no pasara de allí, por- que haciendo lo contrario, íes embistirían más indios que are- nas, y sin remedio los matarían". Al ver el religioso tan fieros y rebeldes a los indios, hizo que se retiraba, y los indios, vol- vieron a sus casas; el Misionero con los suyos pasó la noche en el monte, temiendo a cada momento que vinieran los indios y los mataran a todos. Por fin, al día siguiente se retiraron a Cu- man acoa y refirió a los compañeros lo que había pasado, y las pocas o ningunas esperanzas que tenía de ver reducidos aque- llos infelices. 4. Las frecuentes tentativas realizadas por estos abne- gados Misioneros en el espacio de cerca de tres años sin nin- (1) P. Rionegro. Relación citada, págs. 89 y sigs. Recordamos al lector que no la copiamos al pié de la letra, sino que sólo extractamos lo que se refiere a lo que vainas tratando.
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