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220 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA dios, y por ella les dan su equivalente, pues a la verdad ci indio no aprecia el dinero, si no es la coleta, angaripola para guayucos, hachas y machetes para las labranzas; y si. el Padre no lo hiciere así, se que- darían sin el dinero cuando viniesen a los pueblos, como continuamen- te van y vienen los individuos de Guayana a comerciar con dichos géneros, por casabe, plátanos, gallina y algodón hilado. A espaldas de estos principios de economía, practican la admira- ble costumbre de convertir en beneficio de los indios de su pueblo aquel jornal que según arancel devengaron trabajando en la labranza del común y demás granjerías del Padre, pues de la total ganancia e importe que rindió la granjería, separan el valor de los jornales del sudor de los indios, y éste lo emplean en coletas, angaripolas y de- más útiles de hachas y machetes, que reparten al cabo del año entre el común del pueblo. Para que en los pueblos haya la regular subordinación y método civil en sus individuos, eligen de los indios más despiertos y hom- bres de razón un cierto número de oficiales y ministros de justicia, compuestos de capitanes, tenientes, alferez, sargentos, alcaldes, fis- cales y alguaciles, que todos traen su insignia, y a éstos obedcen los indios y por ellos se gobiernan para ocurrir a todas las mecánicas del pueblo, a saber: ir por agua, barrer la iglesia y casa del Padre, traer el detal de los que han de ir a trabajar aquí o allí de peones bogas, como para las labranzas y demás servicios personales a que deben acudir, y así el Padre no hace sino dar su orden a estos suje- tos, la que obedecen y creen mejor que el evangelio del (lía. Aunque el modo de hacer las entradas a los bosques, para la so- licitud y conversión de las almas infieles, correspondía al capítulo del modo religioso de vivir los Padres, lo incluyo en este económico, o a lo menos correrá como precisa digresión, porque a la verdad es más necesaria la política que el evangelio, respecto que los bárbaros respetan más el fusil que el Santo Cristo, y la palabra divina la igno- ran, así como los europeos el lugar nativo de ellos. Antes, pues, de entrar en los bosques y montes, preparan su matalotaje de carne ta- sajo, casabe y otras cosas para subsistir con su comitiva aquellos días de peregrinación, como también algunos guayucos de coleta y angari- polo, hachas, cuchillos y machetes para regalar a los indios, y abalo- rios para sus mujeres. Eligen del común de las Misiones dos o tres indios de confianza de la nación que habita la ranchería que van a visitar, y éstos sirven (le intérpretes y testimonio del buen tratamien- to que se les da a los indios que se pueblan; cogen uno o más soldados de la guarnición de Guayana que están de escolta en las Misiones, y bien informados del camino y asegurados de armas blancas y de fue- go, se entran en los sitios donde estén arranchadas (según su estilo) las familias, y con aquellos regalos y buenas palabras procuran con- vencerles el entendimiento para ganarles la voluntad; unos cogen más •

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