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MISION DE GUAYANA.—CAPITtJEO VI 219 gar, y el P. Procurador, que haoe de cajero, con el dictamen o visto bueno del Superior, tiene el cuidado de comprar y proveer por sí o por medio del Sindico de todo lo necesario que no fructifican las Mi- siones para el entretenimiento de los Padres, como son hábitos, enju- gadores, sombreros, cacao, canela, harina para hostias, vino para las lisas, sal y otras cosas, como se explica en la clase de gastos. Asi- mismo compra e] Padre Procurador, de cuenta del común, hachas, cuchillos, machetes, coletas y demás rescates, con que pagan a los in- dios el valor de los jornales de los días que trabajaron en las labranzas a beneficio del común, como se demuestra adelante, y el caudal sobran- te de estos ramos de entrada queda en todo o en parte en poder del Sindico, que reside en el pueblo de Guayana. Hechos los referidos gastos en tiempos oportunos, se ponen las especies en la Misión de Suay, donde reside el Procurador, y allí se reparten por partes iguales entre todos los Padres, y cada uno ocurre desde su residencia por su contingente. Asimismo tiene este fondo un otro ramo de entrada, que es el del particular de cada religioso, que supuesto el permiso del Superior, dispone a su beneficio del respectivo importe, librando o pidiendo como en cosa propia al referido Procurador o Síndico, donde tiene, digámoslo así, sus bienes castrenses. Estas dos naturalezas de entra- das se explican en los capítulos de granjerías, y no tiene duda que, hablando de tejas abajo, ha sino admirable este económico estableci- miento y de grande utilidad a los vasallos del rey, pues por él ha to- mado algún pié de subsistencia que antes no tenía la Provincia de Guayana, de tal suerte que de las Misiones viene a la tropa y vecinda- rio, no sólo el pan y carne, sino todo lo más necesario. Cada religioso en la Misión donde es presidente o compañero, se constituye defensor de menores a beneficio de sus feligreses, así como hacían los encomenderos del Perú y Nueva España con sus pue- blos encomendados, y su fervor económico les hace muchas veces ca- lar la capilla, para defehderlos de las injurias de los vecinos; esta ex- presión se entiende así: todo vecino del pueblo (le Guayana, compren- diendo desde el comandante hasta el último negro o mulato libre, no tiene otros peones para fabricar sus casas, labranzas y navegar, que los indios que piden a las Misiones por cierto tiempo limitado, a los que deben pagar sus jornadas en dinero o equivalente especie, se- gún el arancel establecido por el Gobernador D. Carlos de Sucre; en esta segunda paga suele haber equivocación o injusticia, y así tienen por economía de la Misión enseñados los indios que vayan a mostrar al Padre Presidente lo que traen en recompensa (le su trabajo, y si la moneda no viene bien o el género no lo vale, procuran la íntegra sa- tisfacción dentro y fuera del altar. Asimismo tienen la economía y practican algunos la obra de ca- ridad de recoger la especie en contante, que viene a manos de los in-

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