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MISION DE GUAYANA.—CAPITULO II 169 yor de la ciudad, en donde los tuvieron nueve días descubier- tos, sirviendo a la piedad de los fieles de motivo singular pa- ra alabar a Dios, predicándose durante el novenario varios sermones a su honra. En todo este tiempo no se conoció se- ñal alguna de corrupción ni mal olor, hallándose en ellos la misma entereza y flexibilidad que si acabaran entonces de morir. Concluido el novenario con toda la solemnidad posible, y estando ya para depositarlos, se movió una contienda entre los religiosos del convento de S. Francisco y ci Cabildo ecle- siástico, pretendiendo cada uno darles sepultura en su propia iglesia, determinándose que se hiciera el depósito en la igle- sia donde se habían celebrado las exequias y novenario. 4. La muerte del Rey de España, Carlos II, de la Casa de Austria, acaecida el 19 de noviembre de 1700, dió origen a la guerra que se llamó (le Sucesión, y causó gravísimos per- juicios a las misiones, pues interrumpió el envío de Misioneros necesarios para sustituir a los que iban muriendo, a los enfer- mos y ancianos y atender a las nuevas fundaciones, y afectó de un modo especial a las Misiones dependientes de las pro- vincias del antiguo reino de Aragón, por haberse declarado estas regiones de parte del príncipe austriaco, las cuales no pudieron recibir socorro de Misioneros hasta el año 1717. Con motivo de la muerte trágica de los tres mártires de San Francisco de Arenales y los otros cuatro que habían muer- to los años anteriores y algunos enfermos, quedó muy merina- do el personal de la Misión, y tenían que asistir a siete pue- blos de Trinidad y cuatro de Guayana; y perdida toda espe- ranza de recibir nuevo personal de España durante algunos años, a causa de la guerra, siéndoles absolutamente imposi- ble sostener las dos Misiones, acordaron dejar una. Ahora bien: de los tres Misioneros que había en Guayana, había muerto el Padre Ambrosio de Mataró y los Padres Antonio de Prades e Ignacio de Valfogina estaban muy enfermos, ca- si inútiles, y además aislados, sin socorro alguno, pues en el castillo sólo había doce soldados mal armados que no podían abandonarlo ni un momento; en tan difícil situación, resolvie-

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