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168 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA este fin se escondieron en una quebrada cerca de la ruta por donde debía pasar, y cuando llegó allí el confiado Goberna- dor, salieron de repente y lo mataron, junto con algunos sol- dados de los que le acompañaban e hirieron a otros. Los que pudieron escapar fueron a dar cuenta a la ciudad de la des- gracia ocurrida al Gobernador, sin tener noticia de los Misio- neros; pero nada se pudo hacer para castigar a los culpables, pues muerto el Gobernador y deshecho el piquete de solda- dos, se tardó un año en ir a recoger los cadáveres. Como el Prefecto de las Misiones tenía noticia de que los cuerpos de los gloriosos mártires habían sido sepultados por los indios en las zanjas abiertas para hacer la nueva iglesia, no tuvo prisa de ir a recogerlos y allí estuvieron enterrados desde el primero de diciembre de 1699 hasta ci 15 de abril de 1701, en que juntándose la ciudad y Cabildo para tratar de la traslación de los huesos de los venerables religiosos, fueron a los Arenales el nuevo Gobernador, los eclesiásticos, los reli- giosos y muchos de los principales vecinos de Puerto-España, llevando consigo cajas para traerlos. En llegando a dicha po- blación, totalmente abandonada, dieron vuelta por toda ella, y como llevaban señas de todo, por las declaraciones de los mis- mos indios que habían matado a los religiosos y además de al- gunos de los que lo habían presenciado, bien pronto se pusie- ron en la pista que habían seguido los criminales. Recono- cieron primero el lugar en que fué muerto cada uno de los religiosos, y hallaron la sangre que habían derramado, roja y fresca, como si hiciera poco tiempo que había sido vertida, no obstante que habían pasado diez y seis meses y medio. Llegaron por fin a las zanjas, cavaron en el lugar que señalaron los indios, y creyendo no encontrar sino huesos, ha- llaron los cuerpos enteros y sin señal ni rastro de corrupción ni mal olor, a pesar de los intensísimos calores de la región, como si entonces los echaran en ellas. Y al levantar los cuer- pos empezaron a destilar sangre fresca de las heridas con grande admiración de todos. Pusieron los cadáveres en las cajas que traían prepara- das, y en solemne procesión los condujeron a la iglesia Ma-

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