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166 LOS FRANCISCANOS CAPUChINOS EN VENEZUELA mente por sus pecados y blasfemias, si no se enmendaba y arrepentía. Nada fué suficiente para refrenar su lengua ni reprimir su fiereza; antes bien, se enfureció más, y viendo ocasión tan aparente para ejecutar su fuga, que tenía premeditada y su- gerida a otros, levantando un azadón que tenia en la mano dió con él tan recio golpe al P. Esteban, que cayó éste atur- dido, vertiendo copiosa sangre. Viéndose tan mal herido el Padre, se fué como pudo a la iglesia para ofrecer su vida a Dios; y puesto de rodillas ante el altar de la Santísima Virgen María, le ofreció a Jesucristo aquella sangre derramada por su amor, perdonando de corazón al sacrílego homicida y su- plicando a su divina Misericordia tuviera piedad de él y que recibiese su alma. En esto se ocupaba el Padre Esteban cuando los indios, furiosos y crueles, entraron en la iglesia, armados ya con sus macanas y flechas para acabarle de matar, sin que los contu- viera el verle en aquel estado y postura, ni menos el acordarse de los muchos beneficios quede él habían recibido. Con saña infernal le derribaron en el suelo y le dieron muchos golpes y patadas, y no contentos con esto, le dispararon muchas fle- chas y por fin lo degollaron inhumanamente. Ya muerto, ha- ciendo alarde (le crueldad y para celebrar su triunfo, le ataron con unos cordeles por los pies y con grandes voces y algazara le llevaron arrastrando y lo arrojaron en las zanjas que te- nían abiertas para los cimientos (le la nueva iglesia. Después de este sacrílego destrozo, fueron los mismos a- gresores a buscar al P. Marcos de Vich, que, ignorante de lo que pasaba, se hallaba retirado en el huerto rezando; le aco- metieron dando gritos, y uno de ellos le asestó tan fuerte cu- chillada en la cabeza, que se la Partió; después le dieron mu- chas puñaladas, le patearon por un rato y quitándole de las manos el Santo Cristo lo arrojaron contra el suelo; luego le cortaron la cabeza, y con mucha mofa y escarnio lo llevaron arrastrando, atado por los pies, hasta las mismas zanjas don- de habían arrojado al Padre Esteban, cantando y bailando como en sus grandes fiestas.

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