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74 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA nen de peor condición; y como quiera que sus talentos son cortos, es imposible a los adultos enseñarles el español; de aquí que, para bau- tizarlos y disponerlos, ir¿ artículo monis, tenemos mucho que suplir; y esto a pesar de que todos los días, por tarde y mañana, se les da doctrina, se les explica e instruye en el modo posible. 7. Los que al tiempo de la reducción son párvulos, Juego se les bautiza y enseña la lengua española, instruyéndoles en los misterios de la fe, y haciendo que ellos vayan diciendo eso mismo a los adul- tos; pero aquí se tropieza cada día con los inconvenientes y errores que llevo dichos, pues jamás concuerdan los unos con los otros, y hasta uno mismo varia cada día en interpretar lo que oyó al Misio- nero, y preguntando a los intérpretes, hallamos que es un error into- lerable y a veces una formal herejía. Necesita, pues, el Misionero en estos Llanos, además do una pa- ciencia heroica para ir civilizando los indios de tan escasa inte- ligencia, harto trabajo y aplicación para aprender el idioma de los in- dios que le han encomendado, que pertenecen, de ordinario, a dos o tres naciones distintas; y, sobre todo, necesita mucha habilidad y ca- rácter para sostener a su pueblo y proporcionar a todos alimentos y vestidos, pues hemos dicho que son indolentes y perezosos, que cues- ta mucho hacerles trabajar, y que, si se les violenta en lo más mínimo, huyen a los montes. 8. Un pueblo (le sólo cien familias necesita diariamente, como mínimum, un novillo o vaca y dos fanegas de maíz, aparte de otras cosas. Necesita, además, vestido y herramientas, y todo eso pesa so- bre el Misionero, pues la experiencia ha enseñado que el indio no sa- be guardar, y que convierte en bebida su cosecha. Para salvar estas dificultades han recurrido los Misioneros, co- mo iremos viendo, a una industria que les dió de ordinario espléndido resultado; era formar un hato de ganado, cuya propiedad pertenecía al pueblo, y hacer una siembra grande, en común, de maíz, yuca, le- gumbres y algodón; y más que todo, la arboleda de cacaos que plan- tó el P. Marcelino en San Javier; toda la cosecha se deposita en Ja ca- sa Misional y diariamente se hace el reparto. Esta providencia impone un gran trabajo y sacrificio al Misione- ro; pero, en cambio, tiene asegurada la alimentación de sus indios, y, además, se puede lograr un fondo de reserva para los nuevos pueblos que se van formando. Viendo los Misioneros que las tierras de Los Llanos no eran a propósito para poblar en ellas los indios, por ser inhabitables en el invierno, a causa de las inundaciones, les pareció que debían hacer pueblos, de los gentiles que fueran reuniendo, en tierras altas, pró- ximas a la serranía, acomodados a las necesidades de los indios por su fertilidad y abundancia de ríos para la pesca, y, sobre todo, de clima benigno y saludable.

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