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ORIGEN DE LAS MISIONES.—APENDICE 67 la paja que cubría su choza; se dirige sin tardanza a la espesura del bosque, y allí muere mordido por una serpiente. Un niño de doce años encontró esta imagencita, la que ató al collar que llevaba, y no bien se divulgó lo ocurrido, con gran reveren- cia se la condujo en procesión al templo, donde se colocó el 11 de no- viembre del mismo año. La copia que después se sacó de esta imagen para la capilla de Ticupiclo, dice el señor Martí que no corresponde con el original que vió en Guanare, por ser aquella copia más grande, como del tamaño de un peso fuerte. Tomó creces la devoción a Nuestra Señora de Coromoto, es- pecialmente por las virtudes milagrosas atribuidas al agua de la que- brada, que santificó la Virgen Santísima con su presencia. Acudían por ella de todas partes; y los enfermos, llenos de fe, se bañaban en aque- lla agua con una lámpara encendida en las manos, dice Depons, para obtener la salud. Sobre todo, se fomentó extraordinariamente esta fe, cuando en 1699 el Ilustrísimo señor Obispo de Caracas, Dr. D. Diego de Baños y Sotomayor, envió a Madrid un poco (le la misma agua, la cual llegó a aquella ciudad al cabo de diez meses, tan fresca como acabada de sa- car de la fuente; e igual cosa sucedió con la que remitió, en la misma época, el Gobernador D. Nicolás Eugenio de Ponce a su esposa en las islas Canarias. Numeroso concurso de fieles de distintos puntos de Venezuela y hasta de otros países, iban al templo de Guanare, convertido en her- moso santuario, a tributar a la Virgen Santísima los homenajes de su más profunda veneración. Allí, el atormentado por las enfermedades del cuerpo; allí, el angustiado por las pesadumbres del espíritu; allí, el infeliz, el menesteroso; allí, hombres, mujeres, niños de todas eda- des y condiciones, confundían sus ruegos a Nuestra Señora de Coro- moto, confiados todos en su poderoso valimiento y protección; y fué tanta su fama, que, traspasando los mares, llegó, como hemos dicho, hasta las playas de la Madre Patria. Depons, a quien hemos citado, y que visitó nuestro país en los primeros años del siglo que acaba de fenecer, notó en él tanta devo- ción a Nuestra Señora de Coromoto, que no dudó en compararla con la que gozaba en aquella época, en otros lugares, Nuestra Señora de Loreto; no faltándole, dice, al santuario en donde de este modo se veneraba a la Santísima Virgen en Venezuela, para entrar en compe- tencia con el de Italia, sino las inmensas riquezas que éste atesoraba. Las nuevas devociones, que dan abundoso pasto a la piedad en nuestros tiempos, no por eso han hecho olvidar la tradicional a la Virgen de Coromoto, pues, hay quienes la invocan todavía, recibien- do por su mediación incesantes beneficios. • La aparición que acabamos de referir, la más antigua de que te- fiemos noticia entre nosotros, aventaja a las demás conservadas en

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