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66 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA con un asunto de importancia. El cacique le detiene diciéndole que una Señora muy hermosa se le había aparecido en una quebrada in- mediata que le indicó, instándole a reunirse con su tribu para que los blancos le derramaran agua en la cabeza a fin de poder ir al Cielo. Juan Sánchez, por el momento, dejó aplazado el asunto para su vuelta dentro de ocho días. Entre tanto, los indios en número de más de setecientos recibie- ron el Bautismo, y el cacique persistía siempre en su endurecimien- to, no siendo parte para hacerle salir de él los prodigios, que después se sucedieron. Los niños de los indios bautizados vieron repetidas ve- ces a la Virgen Santísima, que se les aparecía cada vez que, mandados por sus padres, iban a la quebrada a sacar el agua para los quehaceres domésticos, sin dejarse ver por otra persona de más edad que ellos. Deteniéndose por tal motivo estos niños más del tiempo necesa- rio en la quebrada, fueron reprendidos por sus padres, los cuales lle- garon hasta castigarlos severamente, al ver que no se enmendaban. Al fin, los niños tuvieron que declarar que una Señora muy bella y ma- jstuosa se les aparecía al ir a sacar el agua, siendo tan grande el em- beleso que sentían al contemplarla, que difícilmente podían apartar de ella sus ojos. Después de esta confesión, los indios comenzaron a notar virtudes prodigiosas en aquella agua, de lo cual dedujeron que alguna intervención divina habría allí, y tuvieron tanta fe en ello, que hasta los mismos guijarros del lecho de la quebrada los llevaban pen- dientes del cuello, como si fueran preciosas reliquias. El cacique seguía siempre en su endurecimiento, y así se pasó un año. Llega el 8 de septiembre de 1652, día sábado, escogido por la Santísima Virgen para presentarle a aquel infiel otra vez ocasión de salir de su lamentable estado. Los Misioneros le instaron a que asis- tiera ese día a los oficios divinos, pero él lo rehusó obstinadamente, y tomó el partido de retirarse a su choza. Al llegar a ella, ya de noche, sobrevino una gran claridad como la del día, e inmediatamente se le presentó la Señora, que al punto reconoció ser la misma que le había dicho las palabras, que, a pesar de su empeño, no había logrado jamás olvidar. Enojado al verla, le dijo: "/Oh, señora, ¿tú también me persi- gues? Puedes marcharte, que no estoy dispuesto a obedecerte. Por causa tuya estoy sufriendo mucho y quiero retirarme a los bosques, que ¡nc pesa haber abandonado!" El indio oyó entonces la voz de su mujer, que le reprendió así: "No insultes de ese modo a esta Señora. ¡Qué mal corazón tienes!" Encendido en ira, el indio tomó su arco y ya se disponía a disparar su flecha contra la misma Señora, cuando Ella se le acerca lo bastante para impedirle su ejecución; intenta asirla, pero desaparece la Virgen, y la oscuridad de la noche se sucede al ins- tante. Siente el indio al momento algo extraño en la mano; enciende luz, y vió que tenía una imagencita de María Santísima; la esconde en

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