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ML LECTOR San Francisco de Asís, varón enteramente apostólico, fué el primero entre los grandes Fundadores de Ordenes Religio- sas que imprimió en la Regla, como uno de los fines más prin- cipales de su institución, el ministerio de las almas; y no con- tento ni satisfecho con la predicación ordinaria a los fieles, ordenó en el capítulo duodécimo de la misma Regla las nor- mas que se han de seguir para anunciar a los infieles y sarra- cenos el Evangelio. Y amoldando su vida a sus ideas y pre- ceptos, inflamado en el amor de Dios y celo de la salvación de las almas, deja la soledad de la Porciúncula, emprende el ca- mino de Egipto para anunciar la ley de Jesucristo ante el Sul- tán y sus mahometanos, resuelto a dar la vida en confirma- ción de la doctrina católica; y no pudiendo lograr la conver- sión de aquellas gentes hundidas en el fondo del más bajo y grosero materialismo, regresa a Italia, toma el sendero de Es- paña, a fin de llegar al Africa después de visitar el sepulcro del Apóstol Santiago. Mas, conociendo por revelación que no era aquella la voluntad del Señor, reune a sus discípulos en Santa María de los Angeles, y les dirige las palabras que Je- sucristo dijo a los Apóstoles: id a predicar a todas las gentes; y mandó a San Berardo con cuatro compañeros a Marrue- cos, donde sufrieron glorioso martirio; al poco tiempo pasó San Daniel con seis religiosos a Ceuta, y todos derramaron su sangre por amor a Jesucristo. Con estos doce mártires inauguró el Seráfico Padre el Apostolado de su Orden entre los infieles; y desde entonces, hace ya más de setecientos años, se cuentan por millares los religiosos franciscanos que, en aras del celo que los devoraba, han terminado sus días en las Misiones del Japón, de la India, de China, de toda el Africa y gran parte de Europa, unos en glorioso martirio que los elevó al honor de los Altares, otros más numerosos en oscuro sacrificio, que les imponía el ejer-

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