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48 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA Lo que se hizo en presencia de Su Merced y de mi, el presente es- cribano, de que doy fe; y luego, incontinenti, Su Merced, el dicho Juez, dijo: que a fin de que los dichos religiosos ejecuten lo resuelto por Su Majestad, sin que se les ponga para ello estorbo ni embarazo alguno, mando que de estos autos se les dé testimonio en toda fornia y a la letra, con el cual, siendo necesario, ocurran ante el señor don Pedro de Porras y Toledo, Gobernador y Capitán general (le Venezue- la, y a las demás justicias eclesiásticas y seculares que convenga; así lo proveo y firmo, advirtiendo que los quinientos ducados que orde- na Su Majestad se empleen; se ha ejecutado y entregado los géneros, con certificación, a los religiosos.--FirinadO, Lorenzo Andrés García, Francisco Vílchez, escribano". Dispuesto todo y arreglados los papeles, se embarcaron los religiosos y llegaron felizmente a Caracas a últimos de agosto de 1658, a tiempo que Dios manifestaba su enojo en aquella ciudad, como lo había anunciado un año antes el P. Caraban- tes, castigándola con una peste maligna; sin dilación se pre- sentaron al señor Gobernador y al señor Deán, por estar la silla episcopal vacante, deseosos de ocuparse en la asistencia de los enfermos, como así lo hicieron, junto con los que alli había de la provincia de Aragón. 3. Y pareció a todos especial providencia de Dios que hubiesen llegado en ocasión tan oportuna, pues de este modo proveyó a la ciudad de ministros, para que tuviesen los apes- tados quien les administrase los últimos Sacramentos; porque, a no haberse hallado allí nuestros Misioneros, hubieran muer- to muchos sin los auxilios espirituales. No quedaron sin premio los abnegados Capuchinos, por- que en recompensa de su caridad, Dios les concedió tan ro- busta salud, que ninguno de ellos padeció el más leve dolor (le cabeza. También los hombres los premiaron; pues, al ver su heroica abnegación, y cómo exponían sus vidas por socorrer a los pobres enfermos sin más recompensa ni estimulo que salvar las almas, creció en todos el aprecio por los Capuchi- nos, y los veneraban como ángeles venidos del Cielo. Como la peste alcanzó a todas las clases sociales, se divi- dieron los religiosos; cuatro atendían a los enfermos de la

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