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ORIGEN DE LAS MISIONES.—CAPITULO IV 41 nagoto, en la desembocadura del río Unare, fundada por Cris- tóbal Cobos en 1585, y refundida en Barcelona el 1671. "Había también tres fortalezas para defender la ciudad de Cumaná, y treinta y siete encomiendas, donde residían algunos negros y mula- tos e indios cristianos, trabajando en los ingenios y haciendas de dife- rentes personas. 4. Las naciones de indios que habitan esta provincia son muy diversas; unas de mejor natural, otras de condiciones muy extrañas. Comunmente viven todas en las serranías o riberas de los nos; pero separadas las casas unas de otras, sin política racional, ni comercio alguno; lo más que hacen para su defensa es juntarse para andar va- gueando de una a otra parte, como manada de ovejas sin pastor. Por ser la provincia muy extensa y cruzada de ríos caudalosos, nunca se ha podido averiguar el número de indios que la habitan, si bien se cree llegarán a veinte mil. Acerca de sus costumbres, diremos que no tienen religión algu- na, ni sociabilidad de ninguna especie; son viciosos, puesto que to- dos practican la poligamia, y se embriagan en las frecuentes fiestas que preparan con cualquier pretexto; son sumamente perezosos, y cuesta mucho obligarles a trabajar para que tengan que comer. Pero, lo que más se opone a la conversión, es la superstición; por- que los piaches, que los tienen completamente sugestionados, son mu- chos de ellos verdaderos espiritistas y ejercen este arte diabólico; por lo que es muy difícil hacerles comprender los engaños en que los tie- nen sujetos. No es creíble la ignorancia en que estos indios viven acerca de Dios y de la inmortalidad del alma, pues no tienen ni siquiera una idea remota de estas verdades fundamentales de religión; debió con- tribuir mucho a este embrutecimiento sus muchos vicios y enormida- des. Todos los indios andan desnudos, sin más ropa que el guayuco, para la decencia y la honestidad. "Cuando llegaron nuestros Misioneros, estaba toda esta tierra por todas partes hecha un hervidero de guerras entre los indios, y no de- jaban vivir en paz a los españoles; los vecinos de Cumaná se veían acorralados por mar y tierra; en Cumanacoa estaban aún más compro- metidos, pues para ir a tomar agua al río, que está próximo, tenían que salir acompañados de escolta. Pusieron los religiosos todo su empeño en templar los ánimos de los indios, y, para estar más cerca de ellos, hicieron un hospicio en Cumanacoa; aquí tuvieron noticia de que era grande el número de in- dios de guerra que vagaban por toda la provincia; supieron las cruel-

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