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MISION DE LOS LLANOS Y APURE—CAPITULO XXVII 357 do elevadas para su corta inteligencia, trató de ganarse las voluntades de todos y (le darles a conocer las ventajas que reporta al hombre la vi- da social. Consiguió lo primero gracias a su carácter y afabilidad, ha- ciéndoles algunos regalitos, sin duda de objetos piadosos, de los que se había provisto en Loreto, visitándolos casi todos los días en sus aisla- das chocitas, conversando con ellos amigablemente y manifestándoles un grande amor, a todos igualmente, y sin hacer diferencia alguna, pa- ra no herir su amor propio, pues de lo contrario huyen al monte y se pierde todo el trabajo. Para inspirarles amor a la vida social y hacerles patentes sus ventajas, les decía, acomodándose a sus ilusiones, que des- pués que aprediesen a leer, escribir y sacar cuentas, los harían gober- nadores, jueces, capitanes, etc. y que llegarían a ser como los blancos y podrían ir a Caracas. A las mujeres dedales que les darían vestidos pa- ra que fueran elegantes, que las enseñarían a coser, hilar, hacer la cocina y otras cosas propias (le SU sexo, al igual que las blancas, todo lo cual iban escuchando con tanta atención y con tales muestras de contento, que como fuera de sí mismas decían: "Tiene razón nuestro Padre". Los que sabían algo el español sabían decir: Nuetro Pae, nojotro siempre claremos obediente a Uté". Todoesto, Y el ver que si alguno de los racionales castigaba a los indios, el misionero salía a su defensa e impedía que fuera maltratado por ellos, les hizo conocer por experiencia que con ninguno les iría tan bien corno con el Padre; así es que de todas partes corrían los pobreci- tos con sus gobernadores y corregidores a la cabeza a presentarse a los Padres para implorar su apoyo. Al poco tiempo tenía conquistadas más de 300 familias, las cuales se pusieron a su disposición, por lo que dió orden a todos los corregidores y capitanes para que cortasen madera a fin (le formar tres pueblos, el primero en el Palote, junto al río Arauca; el segundo en Corocoro, junto al río Cunaviche, y el tercero en Babwi- dul, junto al río Corcanaparo, pues como estos ríos eran abundantissi- mos en pescado y navegables, podían proveerse con facilidad del sus- tento necesario y comerciar también entre sí, y aun con otros puntos. Alos dos meses de su estancia entre los salvajes, se le Presentó un tal Francisco García, enviado de los indios llamados Chiricoas, salvajes antropófagos, que siempre tuvieron odio mortal a todos los blancos o ci- vilizados, de manera que si alguno entraba en el lugar donde ellos habi- taban no se escapaba de una muerte segura, y se comían después su carne en sabroso banquete. Este enviado manifestó que venía a presea- tarse a los Misioneros por orden de esta errante y salvaje tribu de ja- indios ferocísimos, para hacerles saber que si bien era verdad que nun- ca habían admitido en sus dominios misionero alguno, ahora, en cam- bio, estaban muy dispuestos a entrar por el camino de la civilización y a ponerse bajo las órdenes de nuestro P. Esteban. Esto alentó gran- demente a nuestro celoso e intrépido Misionero, y le hizq concebir es-

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