BCCCAP00000000000000000000503

356 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA prendido tan largo viaje desde Europa, con otro fin que el de instruir- los, civilizarlos y hacerlos de la misma condición que los demás hom- bres, con lo cual se vieron tan contentos, que empezaron a dar palma- das con las manos y a gritar viva, viva. Aquel mismo día, para dar la bienvenida al Padre, organizaron un baile en su honor, invitándole a asistir a él, y bien informado previamente de que podían asistir muy bien a sus bailes, porque eran muy decentes, y no como el de los ra- cionales o blancos, que comerciaban con ellos, asistieron a él, a fin de atraerlos mejor, entrando con la de ellos para salir con la suya. ¡Oh, qué explosión de entusiasmo cuando ya los vieron presentes! ........ Este fué el primer recibimiento que les dispensaron los indios. Pre- sentáronse también a los misioneros los caciques de otras tribus, luego que tuvieron noticia de su llegada a la misión. En vista de las buenas disposiciones que demostraban los indios para con los misioneros, concibió nuestro Padre Esteban el plan de edificar algunas casitas como único medio de conseguir que se reunie- ran en un punto, a fin de poderlos catequizar e instruir en las verdades de nuestra Santa Religión, y corno para esto se necesitaban recursos, de los cuales carecían, escribió al Sr. Gobernador de Achaguas en este sen- tido solicitando los que el gobierno debía satisfacerles, según lo estipu- lado anteriormente entre el comisionado y los misioneros, recursos que desgraciadamente nunca llegaron a sus manos, aunque el gobernador les dió esperanzas y buenas palabras. Entre tanto, bendijeron una de'las pobrísimas y pocas chozas de paja que había en la Misión del Palote y la convirtieron en iglesia donde celebraron el Santo sacrificio de la Misa, colocando en ella un confesonario, (le paja también, para confe- sar a las mujeres. Tres veces al (lía los reunía a todos, la primera a las seis de la mañana en la choza que hacia veces de iglesia, en donde des- pués de la misa les explicaba la doctrina cristiana por el catecismo del P. Astete, retirándose la gente una vez terminada la explicación a sus respectivas ocupaciones. A las diez de la mañana volvía a reunirlos por segunda vez, a los racionales en la iglesia, y a los indios bajo la sombra de algún copudo árbol, separados siempre de los otros llamados racio- nales, porque estaban del todo desnudos. La tercera por la tarde; enton- ces se rezaba el Santo Rosario y se les instruía y catequizaba en las ver- dades de la Religión. Este horario fijé observado invariablemente du- rante todo el tiempo que estuvieron en la misión. El P. Julián estaba en- cargado de la instrucción de los racionales y nuestro P. Esteban de los indios, a los cuales ponía en dos filas, a los hombres en una y en otra a las mujeres, y en medio estaba el catequista, empezando sus enseñan- zas por la señal de la Cruz, haciéndolo primero él y repitiéndolo des- pués los indios, lo mismo que sucede con los niños de las escuelas de párvulos. Como aquellos salvajes no tenían conocimiento alguno de Dios, ni del alma, ni de la otra vida, y, por otra parte, estas ideas eran demasia-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz