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ORIGEN DE LAS MISIONES—CAPITULO U 33 sejo de Indias una memoria razonada e ingeniosa, aclarando todas las cosas y deshaciendo las objeciones que sus émulos habían presentado contra ellos. La principal y más fuerte acusación era: «que carecían de licencias para instalarse en aquellas regiones». Lo cual no era exacto, pues la Sagrada Congregación, en decreto de 15 (le ju- lio de 1647, había dispuesto: «que si por alguna circunstancia, ajena a su voluntad, no podían ¡os Misioneros penetrar en el lugar señalado, pudieran establecerse en algunas de las colo- nias de América, dando cuenta al diocesano y al señor Nuncio de Su Santidad». Todo lo cual habían practicado al pie de la letra; y fué pre- cisamente el señor Obispo de Puerto Rico, a cuya diócesis per- tenecía el Valle de Cumanagotos, quien casi les obligó a ir a la región indicada; el Consejo de Indias había también acepta- do la concesión de la Sagrada Congregación, pues era muy ra- zonable y conforme con las enseñanzas (le! Divino Maestro, que (lijo: «Si en alguna ciudad no fuereis recibidos. ... id a otra». 7. Aparte de esta Memoria, ni los indios y vecinos de Cu- maná, ni el señor Gobernador, se descuidaron en defender y reclamar a sus Misioneros, y fueron muchos los informes que llegaron al Consejo Real, defendiendo ci crédito y sinceridad de los Capuchinos Aragoneses, y poniendo en conciencia a los miembros del Consejo, para que se les restituyera a sus Misio- nes. T. 1.—P. 3
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