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MISION DEL ALTO ORINOCO Y RIO NEGRO.—CAPITULO XXV 333 algo para nosotros, y me dijo secamente que no, y que aunque llegue, no nos lo dará hasta fin de año, pues si muere alguno antes, se perju- dican las Cajas Reales; le dije entonces, esto es lanzarnos a la desespe- ración, y obligarnos de cualquier modo a retirarnos. Por fin hizo una nueva división de la Misión del Orinoco; a nos- otros nos deja San José de Maipures con todos los pueblecitos al po- niente del Orinoco, que a mí me parece es territorio (le Bogotá o Ca- racas, y en este caso nos daríamos la mano con los Misioneros de Los Llanos, y podríamos venir poblando por aquella parte hasta el Orino- co. Hubo admiración de las fugas de algunos religiosos de esta Misión para la de Los Llanos, y no se tiene en cuenta que no se cumplieron las disposiciones del Rey, que mandaba fuesen a esta Misión religiosos antiguos y experimentados en el ejercicio de la reducción de los in- dios y administración de los pueblos, aclimatados, además, al tempe- ramento cálido de estas regiones; se enviaron religiosos recién llega- dos de Europa, y tropezaron, por añadidura, con este segundo tirano Aguirre, que nos tiene muertos de hambre, sin socorros de ninguna es- pecie ni libertad para buscarlos. ¿Qué extraño es que los más audaces hayan recuperado su libertad por los medios que estaban a su alcance? Nombrado ya el nuevo Prefecto P. Miguel de Berja, sólo permane- ceré aquí el tiempo necesario para recibir órdenes de Vuestra Reve- rendísima, pues me encuentro sin 'fuerzas para sufrir por más tiempo este señor, que es el culpable de todas nuestras desgracias. Tenga presente lo que este Capitán ha hecho con los clérigos de Cumaná, que mandó el señor Obispo de Puerto Rico a sustituir a los PP. Jesuitas; lo que hizo después con los Padres observantes, con el P. Andrés (le Ardales, y esto le explicará o dará una idea de lo que ha hecho con nosotros. Si lo dejan continuar aquí sus fechorías, destruirá completamente las Misiones y pueblos del Orinoco. De la nueva y hermosa villa Esme- ralda no queda nada, pues su poblador, D. Apolinar Diez (le la Fuente, se retiró con su gente cuando se vino el Misionero Capuchino, y lo mis- mo está sucediendo con San Fernando de Atabapo; el Misionero es lo que da vida a estos pueblos, sin él no hay reducción posible. Es probable que este señor quiera hacernos parecer a nosotros como los únicos responsables de todos estos desastres, pero ahí está Dios que lo ve todo. Le mando la carta de un Padre catalán, que ha visto esto y confirma cuanto llevo dicho. De Vuestra Reverendísima humilde Hermano. Cabruta, 26 de septiembre de 1771. Fr. Andrés de Cádiz".

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