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332 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA • • que todas las inclemencias del clima, enfermedades, privaciones, etc., que tanto afectan a los extranjeros que llegan a este país, y aun a los naturales, como se experimenta en las frecuentes enfermedades que padecen. Nos ha estrechado tanto, y prensado de tal modo, que no nos deja ir a curarnos a Cabruta; me ha usurpado a mi la jurisdicción so- bre los religiosos, y él es el que dispone todo; es más, se la ha dado a sus Sargentos y Cabos, para que manden no sólo en los indios, contra todo lo dispuesto en las Leyes de Indias y Reales órdenes, sino que tam- bién en los mismos Misioneros, y estos Cabos han abusado de tal mo- do de la autoridad de su Jefe, que con sus tropelías, dieron lugar a las fugas que han hecho algunos religiosos, otros han perdido la vida, co- mo sucedió con el P. Dionisio de Jerez, Fernando de Martos y Fr. An- tonio de Cádiz, además de el P. Rufino de Sevilla que estaba achacoso. De todas estas cosas darán testimonio los Misioneros que las han sufrido. Con motivo de la prisión de los PP. Félix de Ardales y Anto- nio de Cádiz, le reproché con energía su acción y el mal trato que les habían dado, y esto lo excitó más contra nosotros. Figúrese que los mandó presos con cuatro soldados y un Cabo, con toda la ostentación, por el Orinoco arriba, pasando muchísimos trabajos y enfermedades por espacio de ocho días que duró el viaje, sin dejarlos descansar, en el tiempo más crudo de calor y lluvias, a toda la intemperie; cuando llegaron a mi presencia estaban exánimes, más muertos que vivos, con calenturas y fiebres malignas; los cuidamos mucho y se repusieron algo; con el fin de alentarlos, los mandé a los mismos pueblos de que eran Presidentes, pero los Cabos se opusieron, y no fué posible sacar- los de Maipures. El Comandante me había dado órdenes de que los mandara castigados al Alto Pádamo; pero ni ellos estaban en condicio- nes de hacer un viaje de veinte días, ni yo quise tampoco. Se fueron agravando, y logré a fuerza de instancia sacarlos a Cabruta, pero llegó tan extenuado el P. Antonio de Cádiz, que murió a los cinco días, no obstante los cuidados del médico que allí había, y de los religiosos; el P. Ardales se repuso por fin a fuerza de cuidados. Nos prohibió en absoluto bajar de los raudales de Atures sin su licencia; la del Prefecto no servía para el caso; esto desmayó a los re- ligiosos grandemente, a lo que se añadió la prohibición de que dispu- sieran de ningún indio para su servicio, y tenían los Padres enfermos y ancianos que ir por agua y leña siempre que la necesitaban, y hacer- se todas sus cosas. El Padre Dionisio de Jerez murió de pesadumbre al verse así vejado y lo mismo el P. Fernando de Martos. No quiso que los religiosos fuésemos a cobrar el sínodo, y no he- mos recibido ningún auxilio desde que salimos, de Caracas el 69; he tenido que pedir prestado para atender a los religiosos, y no hemos po- dido devolverlo, porque a este señor no se le antoja, ni dejarnos ir a ni facilitarnos la limosna; le pregunté un día si había llegado

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