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18 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA Y ¿qué decir de la forma casi burlona como Humboldt aprecia la desazón de los frailes pór el continuo tormento de la plaga, sobre todo después de verle a él, no ya en medio de las nubes de mosquitos sino en el sosegado ambiente de su cuarto de trabajo, llenar páginas tras páginas al sólo recuer- do de las molestias que los mosquitos le causaron en su fugaz tránsito por las orillas del Orinoco? Cuánto más heroica apare- ce ante eso la vida de aquel viejo misionero encontrado por él en Mandavaca y que no tuvo más desahogo sino decirle «con «un tono triste, que había pasado ya en América sus veinte «años de mosquitos» y rogarle que «mirásemos atentamente «sus piernas—las cuales tenía tan atigradas que apenas se re- «conocía lo blanco de su piel—para que pudiésemos un día edecir «por allá» (de la otra parte de los mares) lo que sufren «los pobres frailes en los bosques del Casiquiare»! Pues tal vez sea más meritorio escribir libros y acumular observacio- nes para ponerlas a la orden de los sabios en medio de tales incomodidades, como tántos misioneros lo hicieron, que redac- tar obras gloriosas entre los gustos de la civilización utili- zando a manos llenas aquellos libros y observaciones. ¿Cómo hubiera podido, en efecto, Humboldt recoger tan copiosos da- tos en su atropellado viaje por el Orinoco, sin la compañía del Padre Zea durante esos dos meses y sus relaciones con los demás Padres Franciscanos de las diversas Misiones? Haga- mos, por fin, resaltar el heroísmo del misionero en el resig- narse por toda la vida al extraño género de alimentos que el país les ofrecía. También aquellos frailes se habían criado co- miendo buen pan de trigo y, sin embargo, mientras el Padre Zea no hacía ascos, antes bien juzgaba excelente, su pastel de hormigas, hecho de casabe y bachacos ahumados, el Barón de Humboldt hallaba el paraíso abierto en Angostura y no le era «posible manifestar el placer con que», después de unos pocos días de privación, y sin que le hubiese faltado entre los aga- sajos del misionero de Carichana por lo menos harina de maíz y leche, vió «poner pan de trigo en la mesa del Gobernador». Pero no nos fijemos demasiado en esas minucias, que pierden todo su desabrimiento en presencia de los magníficos
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