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PROLOGO 15 aquí, interponiendo los reparos que creamos justos, los testi- monios que la pluma de un sabio eminente dejó estampados en sus libros, a favor de tan preclaros obreros de nuestra nacio- nalidad. El 16 de julio de 1799 fondeaba el Barón de Humboldt en el puerto de Cumaná, para comenzar (merced a un cambio de itinerario) su memorable recorrida por las regiones equinoc- ciales del Nuevo Continente. Y en cuanto emprende sus ex- cursiones por el interior del territorio, se tropieza con el mi- sionero franciscano, cuya labor tiene que admirar y de cuyos imponderables servicios ha de valerse para un objeto que en él es de puro interés científico y en pro del cual hállase bien provisto de ventajas. Va a visitar los indios chaimas, y se admirará de encon- trar en la misión respectiva "un pueblo que poco ha era to- davía errante, apenas salido del estado de naturaleza", por- que los misioneros habían logrado finalmente hacer resonar las palabras de paz; porque la religión había "abogado por la causa de los indígenas ante los reyes, resistido a las violen- cias de los encomenderos y reunido las tribus errantes en unas pequeñas comunidades que llaman misiones, y cuya existen- cia favorece los progresos de la agricultura". Digamos de paso que ante esta magnífica declaración pierden todo valor, por serle contradictorios y harto desconocedores de las circunstan- cias ambientes, los comentarios referentes al régimen de las misiones que en seguida apunta Humboldt. ¿Acaso no fue en torno de los monasterios, como él mismo lo reconoce en otra parte, y bajo la dirección de las Ordenes Monásticas como se formaron la mayor parte de los centros de población en Eu- ropa? Llega a las misiones de San Antonio y Guanaguana, y no puede menos de elogiar en la primera la bella iglesia que el Prefecto de los Capuchinos «había construido en menos de dos veranos, a pesar de que no empleó sino los indios de su aldea»,, ni de manifestar tocante al misionero de la segunda que «era un anciano que parecía gobernar sus indios con mucha inte- ligencia». Y para que más se note lo infundado de la crítica
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