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126 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA En estas diligencias estuvimos cinco meses; con grandes traba- jos en aquellos desiertos, llegamos hasta el río Apure, cerca del Orino- co, y todo en vano, porque supe después que los indios que nos ser- vían (le guía lo habían hecho a propósito de no encontrar a los indios salvajes, temerosos de que los mataran a ellos porque les introducían blancos en sus tierras. Entretanto, el P. Prefecto mandó al P. Buenaventura de Vistabe- ¿la en una canoa con seis indios de la Misión del Tinaco, con el fin de prestarme auxilio y tratar de la forma y lugar que debía darse a las nuevas fundaciones; pero no nos pudimos encontrar. Como se acercaba el invierno, temeroso de perecer por las crecidas de los ríos, regresé a San Carlos. A los ocho días llegó un indio con una carta del P. Buenaventura, diciendo que había reducido y poblado cuarenta y seis familias de indios en Camaguán, cerca del río Apure, diez días de camino de nuestras Misiones, y que le habían ofrecido muchos indios poblarse; pedía compañeros, que llevaran ornamentos, g algunos indios de zquella nación que había en el pueblo de San Francisco cíe Tirgua pa- ra que sirvieran de intérpretes. Vaciló el P. Prefecto, pero al fin preparó la expedición de seis barcos y mandó al P. Arcángel de Albaida con todo lo necesario. Fin- prendieron el viaje río abajo, y como el P. Arcángel iba solo, no pudo evitar que los indios que le acompañaban, se le fueran huyendo, has- ta quedarse solo; una legua antes de llegar a Camaguán, y por casual¡- ,dad, encontró al Padre Buenaventura, fugitivo y muerto de hambre, que lo habían querido matar los indios. Intentaron otra vez recogerlos, pero los indios cogieron presos a los Misioneros y los encerraron en un rancho; muchas veces fue- ron a matarlos, y temblando como azogados no se atrevían; pretendie- ron entonces hacerlos morir de hambre, y estuvieron veintiocho días sin más alimento que un poco de harina de maíz. Por fin huyeron pasando grandísimos trabajos por los montes, sin más alimento que frutas silvestres y hierba, hasta que llegaron ca- si desnudos a la Misión. Tales son los resultados de las entradas de los Misioneros sin escolta a la reducción cíe los indios". Así termina el P. Ildefonso su Memoria al Real Consejo de Indias. 11. Como consecuencias legítimas de la exposición pre- cedente, el P. Ildefonso de Zaragoza hace al Consejo doce pe- ticiones o súplicas, que son: '1' Que las entradas de los Misioneros a Los Llanos se hagan con escolto de soldados españoles, como se ha venido practicando - desde el año 1676, no pudiendo los soldados hacer uso de las armas, sino para defenderse.

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