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122 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA para la reducción de los indios; como es muy larga, sólo da- remos un extracto (1). Comienza la relación dando a conocer el carácter de los indios de Los Llanos, y dice que son de los más rudos y sal- vajes que habitan en América; viven sin ley ni sujeción al- guna, aun los hijos no obedecen a sus padres. Por espacio de veinte años han tratado los Misioneros de reducirlos por me- dios suaves, y con muchísimo trabajo e indecibles sacrificios en todo este tiempo sólo han podido reunir en diferentes Mi- siones unos veinticinco mil gentiles, sin poder nunca dar es- tabilidad a las poblaciones, pues continuamente se fugaban familias enteras, hasta que, al fin, un mal día huían todos dejando al Misionero, si no lo mataban, corno hicieron con los Padres Plácido de Belicena, Juan de Trigueros y Miguel de Albalate, que fueron cruelmente martirizados por los mismos indios que asistían. El mismo autor de la Memoria, P. Ildefonso, estuvo en peligro de muerte, y debió la vida a un indio cristiano que se interpuso y desvió la saeta que venia a traspasarle el pecho. 6. Viendo, pues, los Misioneros la incapacidad de aquel método para continuar la reducción de los indios, acudieron a Su Majestad, después de consultar con el señor Obispo y Gobernador de Caracas, proponiéndole la fundación de ciu- dades de españoles, con el doble fin de proteger a los Misio- neros y evitar la fuga de los indios reducidos. Y Su Majestad, accediendo benignamente a nuestras sú- plicas, en Cédula Real de 28 de septiembre de 1676, mandó fundar la villa de San Carlos, concediendo ciertos privilegios a los vecinos, para que ayudasen a los Misioneros en la re- ducción de los indios. Cuán acertada fué esta resolución lo prueba el hecho de que, en poco más de diez años, hemos fundado, además de la dicha villa, doce pueblos de Misiones. Los abusos de fuer- a de que han acusado a las escoltas de los Misioneros, son in- venciones, calumnias y, en todo caso, exageraciones de mdi- (1) Archivo de Indias de Sevilla, y el P. Río-Negro, tomo II, pág. 8.

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