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Esta actitud de Jesús debe convencernos de que: - todos, como miembros de una misma Iglesia fundada por Cristo, debemos colaborar con nuestras aporta– ciones para que sea conocida y se extienda por todo el mundo; - los ministros que se dedican a completo al ser- vicio de los fieles, han ver cubiertas por ellos sus necesidades elementales, a fin que puedan dedicar– se, sin preocupaciones temporales, al ministerio que les fue confiado - la ofrenda material (sea dinero u otra especie) debe ser espontánea, como consecuencia de nuestra perte– nencia eonsciente a la Iglesia, y nunca una manera de tranquilizar la conciencia o exigir favores al Señor. Desgraciadamente los fieles no están preparados, en la mayoría cle'1:os países, para colaborar con el mantenimien– to del culto y sus ministros, viéndose estos obligados a otros métodos a veces humillantes. En algunas naciones se sigue "cobrando" este impuesto, que los fieles entregan gustosos. En tal caso los sacerdotes trabajan con ahínco y evitan todo sentido de comercialización de los sacramen– tos. Deberíamos ser conscientes de que nuestra pertenencia a la Iglesia no sólo nos obliga a cumplir con ciertas disposi– ciones morales y culturales, sino también a solidarizarnos con nuestros sacerdotes, para que, dedicándose por entero a nuestro servicio, puedan encontrar cubiertas sus necesi– dades materiales. El dinero que ofrecemos al templo y a sus ministros no está destinado, como el pagado al estado en concepto de impuestos, a fortalecer el poder o la ley, sino a incremen– tar el número de los creyentes, a mantener el decoro en los templos y a dar de comer a los más necesitados. El he– cho de que en algunos casos concretos no se le dé este uso, no nos releva a los creyentes de seguir colaborando desin– teresadamente. Es justo que todos los que hemos sido fa– vorecidos por el Señor con los bienes de la tierra y la salud 90
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