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muy amado en quien he puesto todas mis complacencias". La presencia de Elías y Moisés, representantes de la ley los profeta5, confirman la mesianidad de Jesús, el espera– do de las naciones. Pedro, Santiago y Juan no quieren bajar del monte. Han encontrado allí el sentido de sus vidas al conocer a Jesús como Hijo de Dios. Por eso quieren evitar el contacto con el mundo para rehuir la persecución y el peligro de volver a contaminarse con los negocios de cada día. Pero Jesús re– chaza esta tentación, esta huida, este miedo a la vida. Han de bajar, más firmemente persuadidos de su misión, al mundo y allí prepararse para cumplir todo lo que falta. Cristo ha de padecer y morir. Ellos no acaban de entender– lo, pero tendrán que aceptarlo con el paso del tiempo. tres bajan del monte convencidos de que Jesús no es un líder simplemente social e israelita, sino el Hijo de Dios encarnado, anunciado en el Antiguo Testamento. De ese modo se sienten llenos, satisfechos de seguirle y, guientemente, dispuestos a dar testimonio del Señor entre sus hermanos. no le seguirán como si se tratase de un buen amigo, de un hombre excepcional que piensa y obra extrañamente. Sabrán entender muchos de los misterios por los que ha de pasar, sobre todos los de su Pasión, Muer– te y Resurrección. Su fe ya no descansa en la personalidad sicológica de Jesús, llamativa y clarividente, sino en la Per– sona del Cristo enviado por el Padre y Dios como EL Es curioso ver cómo a lo largo del Nuevo Testamento Cristo se manifiesta en todo su esplendor (divino y huma– no) a sus apóstoles y no a las grandes concentraciones. El conoce la fácil propensión de las masas, al fanatismo, capa– ces de cambiar todo en un instante, pero también inclina– dos al desánimo y al olvido. Por eso, quiere llegar a sus cípulos, confirmar su fe, convencerlos de su misión y de su divinidad. Ellos, así pertrechados espiritualmente, serán ca– paces de exponer a las masas gradualmente el "secreto me– siánico". Es importante para todos los que nos consideramos cre– yentes estar convencidos de la divinidad de Jesús, y no dar 87

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