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23. Cristo se t:ra:ns:figu:ró "Seis dlas después Jesús tomó con– sigo a Pedro, a Santiago va Juan, su hermano, v los llevó a un cerro alto, lejos de todo. En presencia de ellos Jesús cambió de aspecto: su cara brillaba como el sol v su ropa se pu– so resplandeciente como la luz. En ese momento se le aparecieron Moi· sés v E!ías v hablaban con Jesús" (Mt 17, 1 ss.). Esta escena tuvo lugar durante la fiesta de los Taberná– culos, que era la más externamente alegre de todas las cele– braciones judías. Tiene lugar, así mismo, poco tiempo des– pués de que Pedro hiciese su profesión de fe en Jesús, co– mo Hijo de Dios y como Mesías. Cristo escoge a sus tres discípulos predilectos, aquellos que con el correr del tiempo desempeñarían un papel pri– mordial en su Iglesia. Y los lleva al monte, no tanto para hacer alarde ante ellos de su divinidad, cuanto para arraigar en sus corazones la fe. Ellos se habían "acostumbrado" a Cristo. Lo consideraban su líder y daban por supuesto que estaban a sus órdenes para acompañarlo incluso a la muer– te. Pero no era así. Las pruebas más elementales darían al traste con su fe presupuesta. Por eso, Cristo quiere fortale– cerlos. Sabe que sin fe, con tan sólo un exaltado entusias– mo anímico, no le sirven. Deben creer en El, aceptar su mesi inidad y su divinidad. Sólo entonces serán capaces de afrontar el dolor, la enfermedad y la muerte por defender su causa. Aceptar a Cristo como venido del Padre e Hijo de Dios significa darle un sentido pleno, no sólo a la vida pre– sente, sino también a la futura. El Espíritu del Señor repite a Pedro, Santiago y Juan las mismas palabras que había pronunciado en el Bautismo de Jesús. "Este es mi hijo 86
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