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mundanas. Es saber que su fe le compromete vitalmente para esta y la otra vida. De esa manera evitará toda concep– ción puramente legal y casuística de la ley de Dios. Es conveniente recordar las del profetas Oseas: "Porque yo quiero amor y no sacrit'icio, conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6, 4). Los fariseos habían convertido sus obligaciones vitales en "rituales". Para ellos la perfección suma consistía en cumplir con un conjunto de normas minuciosas, tales co– mo no comer carne de cerdo, purificarse antes de las co– midas. Pero, en su vida práctica, se mostraban engreídos y superiores a los demás. No eran capaces de amar y estimar más que a los de su propia raza y clase social. Los otros no eran "hombres" para ellos. Esta interior y de hipocresía es la que rechaza Cristo. Por eso llama "raza de vfüoras" y "sepulcros blanqueados", que por fuera parecen todos in– maculados, pero por dentro contienen la misma podredum– bre que los de los pobres. Lo que sale de dentro, la mal– dad cometida a conciencia, eso es lo que realmente desa– grada al Señor. Mateo era un publicano, cobrador de impuestos. Un hombre pecador a los ojos de los fariseos. Sin embargo, fue elegido por Cristo como Apóstol y él respondió con gene– rosidad porque, en el fondo, era un hombre sincero. Jesús comió en casa de Zaqueo, considerado también como pe– cador público, y logró cambiar su vida, porque en su inte– rior también era un "hombre recto". Sin embargo, entre los fariseos sus buenas obras, lejos de levantar sentimientos de solidaridad, suscitaron las envidias, los celos, la difama– ción y la calumnia. La maldad de su corazón no les permi– tía aceptar lo bueno de los demás, si es que no eran de su misma calaña. No aceptan a Cristo y prefieren seguir escla– vos de sus leyes rituales, porque ellas les dan seguridad y rienda suelta después para adulterar en su corazón. Esta es la actitud que no aprueba Dios porque no es el fruto de la honestidad, sino de la malicia más refinada. 76