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tura y de esfuerzo personal. Dios siembra, pero depende del hombre el aceptar o rechaz?r la semilla. Somos libres para el bien y para el mal. Ser bueno, dar frutos, significa: - vigilarnos constantemente, pues el mal, la tendencia al egoísmo, al vicio, es constante; - luchar sinceramente por la superación en todos los ór– denes de la vida, - apartarnos del mal, de la violencia, la avaricia, las compañías perniciosas y los peligros en general; - sacrificarnos, ya que ser honestos en un mundo fácil– mente dominado por la perversidad, es tarea árdua, - conseguir el don de la paz que es el fruto de una vida realmente cristiana. Con frecuencia pretendemos justificar nuestra frialdad religiosa echando la culpa a las estructuras, a las personas y a los sucesos que acontecen a nuestro lado. Pero si somos sinceros hemos de reconocer que el mal anida en nuestro corazón y que preferimos vivir en las tinieblas antes que en la luz, para que de ese modo nuestros vicios puedan ser cul– tivados sin remordimientos. Hemos dicho que Dios nos ha otorgado el don inefable de la libertad. Pero nosotros no sabemos usarla correcta– mente y, pretendiendo satisfacer nuestros deseos, nos ata– mos a un conjunto de leyes, personas y cosas que nos escla– vizan, y que hacen imposible el entendimiento de la Pala– bra de Dios. No debemos es;:>erar, como los judíos, que Dios nos fa– brique un mundo mejor para disfrutarlo después cómoda– mente. El Reino de Dios está entre nosotros y lo llegare– mos a sentir cuando escuchemos la voz de Dios que nos habla por medio de Jesucristo y su evangelio. Esto signifi– ca aceptar la dura brega de todo comienzo: sembrar, abo– nar, regar, matar la hierba dañina, vigilar los climas para que no perjudiquen la semilla. El éxito no se hará esperar y a la larga la cosecha será realmente abundante. 70

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