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de las leyes aprobadas. Los individuos son como números de la asociación y no cuentan como personas particulares. Cristo no quiso "organizar" un sistema, un partido o una sociedad a base de leyes impositivas. A cada uno de sus discípulos les lanzó la invitación a seguirlo, pero no los obligó a hacerlo. Si lo hicieron con tanta prontitud fue porque su persona y sus obras los atrajeron desde el primer momento. En el caso del joven rico, el seguimiento no fue incondicional. Se marchó, dejándolo. Ningún cristiano de– be sentirse obligado a creer a la fuerza, sino libremente. El cristianismo tiene su fuerza en la ley del amor y, por lo tanto, es consciente de que tal seguiwiento y virtud no se consiguen forzando las voluntades. Cristo como Legislador y centro de la ley no aparece nunca como tirano implacable. Como Dios, conoce las li– mitaciones del ser humano y es comprensivo y tolerante con ellas. El cristiano que cae en la tentación de no amar (en eso fundamentalmente consiste el pecado) no es aleja– do de la comunidad de los cristianos. Se le ofrece el perdón y el poder comenzar de nuevo, olvidando su pasado bo– chornoso. En algunas religiones primitivas, se ex1g1a a veces y en nombre de la ley, la muerte o sacrificios de personas o co– sas costosas. El cristianismo no quiere la muerte del ser hu– mano, sino que se convierta y viva. Nuestro Dios no es un juez sin sentimientos que casti– gue sin misericordia. Dios es Amor y todo e 1 que ame será capaz de obedecerle, no en virtud de la ley, sino impulsado por el mismo amor. Cristo no dio unas normas uniformes, a las que todos de– berán someterse del mismo modo y manera. El conoce a cada ser por su propio nombre y respeta sus decisiones y 0 , vocación. Cada uno puede poseer su carisma personal, pero no por eso deja de pertenecer al mismo cuerpo. Es más, de esa manera se enriquece el todo, cuando uno pone al servi– cio de la comunidad sus planes peculiares. 64

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