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inmediato. Dios puede encontrar otros caminos y medios desconocidos por sus discípulos. Ellos cumplen con su de– ber sembrando, cultivando y acrecentando. Recoger po– drán hacerlo otros o el mismo Señor. - No han de temer a los que no pueden matar el alma. Los hombres podrán acabar a la fuerza con el cuerpo, ma– terial y agotable, pero jamás podrán hacer nada contra las ideas. Lo que se debe temer es el desánimo, la pérdida de la fe y del espíritu cristiano. Debemos también apreciar la vi– da como un don de Dios. Pero es más útil cuando se entre– ga al Creador por defender su Causa. Los mártires han sido siempre semilla de nuevos cristianos. Su muerte no fue inú– til, ni su espíritu apagado. - Deben temer al que puede arrojar al infierno, es decir, al que es capaz de matar los ideales y conducir por el cami– no de la perdición. A Dios es a quien debemos "temer". El es quien se verá precisado a recharzarnos si renegamos de su mensaje y de su nombre. Los seres humanos no son to– dopoderosos y, por lo tanto, nada pueden contra nuestro espíritu. Pero sí pueden hacernos caer en el mal y seguir caminos contrarios a Dios. A quienes así nos "perturban" debemos en verdad temer. - Estar dispuestos para la batalla. Cristo mismo nos ad– vierte que no vino a traer la paz, sino la espada" (Mt 1O, 34). Su mensaje confundirá y molestará a quienes viven al márgen de la honestidad, pagados de sí mismos y esclavos de sus placeres. Su doctrina dará en rostro a quienes se han decidido a vivir según les dictan sus propios intereses. No es extraño, pues, que quienes así obran rechacen el evange– lio y a quienes se lo transmiten. No por eso han de amila– narse los discípulos. Su fuerza debe ser el Señor y nada han de temer. Si Dios está con ellos, nadie podrá hacerles da– ño. Han elegido a Cristo y nada ni nadie podrá separarlos de El. Quien predique el mensaje de Jesús con esta valentía frente a la adversidad, heredará la vida eterna, es decir, par– ticipará plenamente de la vida divina. La predicación de Je– sús produce tensiones entre los oyentes, ya que lo que exi- 61

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