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la injusticia o la injuria, sino remediarla mediante el silen– cio acusador. Es fácil amar a quien nos ama, o favorecer a quien puede devolvernos con creces lo prestado. Pero no tiene mérito Es una inclinación natural que sigue hasta el más los humanos. Lo cristiano es dar sin esperar re– compensa, bien porque el que recibe no está en condicio– nes de hacerlo, bien porque no quiere por cualquier moti– vo. Si realmente estaba necesitando nuestra caridad no debe mirar a los intereses. Dar es siempre beneficioso, ya que nos lleva a compartir lo que a su vez se nos ha dado y a ofrecer al prójimo un claro testimonio de nuestra condi– c1on creyentes en quien se dio a si mismo sin otra re– compensa que la muerte y el desprecio. Y dar cristianamente no significa, en ningún modo, dejarse atrapar por los "vivos" que hoy abundan como en ningún otro tiempo. El cristiano al dar, al perdonar, lo hará siempre buscando el bien del otro, no el descaro o la co– rrupción. Por eso la ayuda va dirigida al prójimo realmente necesitado de ella. Los rabinos o maestros de la ley habían convertido el amor al prójimo en un pecado, pues para ellos sólo eran prójimos los de la misma nación y raza. Los demás er:11; personas sin derechos. No debían ser considerados como tales por los israelitas, escogidos y privilegiados de Javhé. Cristo transforma este sentido racista del amor y proclama que prójimo es todo el que Dios pone en mi camino, aun– que no tenga el mismo color, la misma raza o credo políti– co y religioso. Es todo hombre que Dios hace pasar a mi la– do. Los judíos tenían como ley "amar a los hijos de la luz (a los miembros de la misma comunidad), y odiar "a los hi– jos de las tinieblas" (todos los demás). Este sentido racis– ta del amor lo han mantenido hasta el día de hoy, aunque no tan claramente descarado. El ejemplo de Cristo al decirnos que Dios hace llover pa– ra todos, debe convencernos de que ante el Señor todos so- 49
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