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11.. Amor sin barreras "Os han enseñado que dice la ley: amarás a tu prójimo v aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que as persiguen. Asl seréis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol para buenos y malos y llover sobre justos y pecadores" (Mt 5, 43-48). Los cristianos, como ciudadanos de un mundo que abu– sa del concepto del amor, hemos caído en la tentación de convertirlo también en algo poético, pero lejano. El amor cristiano, sin embargo, es terriblemente exigente y a la vez satisfactorio. El amor cristiano no sólo me obliga a no ha– cer daño, sino a practicar el bien. La ley del talión, tan querida por los judíos, exigía pro– porcionar al enemigo las mismas injurias hechas por él, es decir, devolver mal por mal, "diente por diente y ojo por ojo". Era tan medido el amor de los Judíos que decían que una bofetada en la mejilla izquierda debía ser devuelta o sancionada con el cobro de doscientos denarios. Si había sido sufrida por la mejilla derecha podía ser compensada por el ofendido igualmente, exigiendo el pago de cuatro– cientos denarios. De esa forma se suscitaba una cadena de violencia que jamás conducía a la reconciliación. Jesús manda poner la otra mejilla, no como signo de impotencia o falta de reacción, sino como táctica para de– sarmar al ofensor ya que, viendo ante él una actitud de per– dón, muy malvado ha de ser para proseguir con sus ofen– sas. Es decir, ofrecer la otra mejilla no significa callar ante 48
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