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dero miedo a la cruz y al martirio que se le echaban enci– ma y que no desconocía ni en sus más mínimos detalles. Para los judíos acabar con Jesucristo era echar por tierra toda su obra, silenciarle para siempre. Para Cristo su Pasión y su Muerte eran el paso inevitable hacia ei triunfo definiti– vo. El apóstol nos dice que así como por hombre, Adán nos vino la muerte, por otro hombre, ,Jesús, nos llego la salvación y la vida. Cristo tenía que morir para redimir al género humano. Así lo quería el Padre de los Cielos y así demostraría su total amor a los hombres. Lo cual no dis– pensa de culpabilidad a quienes por envidia y egoísmo, lo condenaron. Los judíos no podían entender el sentido de una muer– te violenta. Para ellos el triunfo de Cristo hubiese sido in– teligente si hubiese quedado como vencedor, aceptando el liderazgo de Israel como pueblo elegido y único. No enten– dieron a un Cristo que proclamaba la igualdad de todos los hombres ante Dios. Para muchos hombres la muerte, el dolor, la enfermedad y los fracasos, son como una peste que hay que evitar a to– da costa. No los soportan. Para quienes han puesto toda su confianza en el dinero, la fama o el poder, tiene que ser te– rrible el aparente desmoronamiento que traen consigo es– tas "deficiencias" de la naturaleza. Para Cristo y para los que de verdad se sientan di'>cípu– los suyos, sufrir, padecer, el dolor, la enfermedad y la muerte, no son actos humillantes para la naturaleza huma– na, sino consecuencias inevitables de la condición del ser sobre la tierra, y también paso imprescindible h,!cia el éxi– to firme. El cristiano es el que más sabe de la muerte. Mientras otros la consideran un mal, un momento terrible, para él (desde que Cristo murió) es un paso hacia la eternidad, el último y definitivo hacia una vida nueva. 122

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