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les arrebatará porque han demostrado no ser capaces de responsabilidad alguna. Dios llama a todos sin excepción, pero ayuda a perseve– rar únicamente a quienes ponen todo lo que pueden de su parte. No quiere desperdiciar sus dones bajo ningún con– cepto. Esta actitud justa, pero radical del Señor, debe llevarnos a examinar nuestra vida con toda honestidad. Pudiera ser que también nosotros olvidemos por flojera los talentos que el Señor nos ha confiado, y únicamente nos esforce– mos en luchar por satisfacer nuestros caprichos. Cada uno de nosotros tiene sus dones y sus cualidades. Todos nos necesitamos y complementamos. Por eso, si per– tenecemos a una comunidad (la Iglesia) no podemos ne– gamos a colaborar en sus tareas. Al cristiano ningún problema le debe resultar ajeno y tampoco ninguna estrategia. Dios le ha concedido unos do– nes naturales que debe hacer fructificar, ayudado por su gracia. En ningún modo debe apartarse del mundo para es– tar más cerca de Dios. Pr~cisamente, eso es lo que repro– cha el Señor al flojo de la parábola. El, por miedo al amo, por no disgustarlo, por conservar con él las buenas relacio– nes, entierra su talento. Y no es esa la actitud más correcta. Dios prefiere el riesgo. Para El es importante lanzarse, ex– plorar, experimentar. La inteligencia que nos dio debe de– sarrollarse y cultivarse. La salud, el dinerr,, la profesión, no deben limitarse a buscar la forma de sl istir sin sobresal– tos. Han de ponerse a producir al máximo en todos los sen– tidos, ya que el cristiano debe realizarse integralmente. Pero vuelvo a repetir que Dios no hizo a nadie inútil. Aún los que se creen más insignificantes, pueden resultar vencedores dentro de la ascética cristiana. Pedro nunca soñó, siendo un humilde pescador, con ser elegido por Cristo como sucesor suyo. El no era rico y apenas sabía leer, e incluso era un poco anciano y cansado. Sin embar– go, se puso en las manos de Dios y evidenció sus dones de guía, orientador y consejero. 119

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