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su paso ya no se repita y, por lo mismo, tampoco la opor– tunidad de encontrar en El la salvación. San Agustín decía: "Temo a Dios que puede pasar de lar– go". El santo de Hipona era muy consciente de que el cris– tiano no puede desaprovechar las oportunidades de gracia que Dios le ofrece y que ha de estar siempre dispuesto a re– cibir la voluntad del Señor. Se resalta en todo esto, por lo tanto, el sentido y el al– cance de las esperanzas cristianas. Este "valor" evangélico tiene hoy más importancia que nunca. En un mundo como el nuestro, lleno de vicios y falto de valores, pragmático hasta el extremo, el hombre necesita recordar que, por en– cima de todo, está el Señor que vela por él y desea lo mejor para su vida. Esta esperanza en Dios, en un mundo mejor, en la vida eterna, se basa en la Palabra de Jesús que prometió perma– necer con sus discípulos hasta el fin del mundo, y venir de nuevo glorioso y en todo su esplendor, a la tierra. Está ba– sada también en su Resurrección que nos ofrece la seguri– dad de que no todo se agota y termina en la vida presente. Las diez vírgenes eran amigas, vivían en un mismo lugar y salieron todas al encuentro del esposo. Pero cinco de ellas no estaban preparadas para afrontar las dificultades. No tenían aceite y era de noche. Entretenidas en mil nego– cios y caprichos se habfan dvidado de lo principal y de esa forma lo perdieron todo. No habían caído en la cuenta que lo que realmente merecía la pena era una existencia basada en la fe, es decir, en la seguridad de que Dios vendrá y nos pedirá responsabilidades. Desgraciadamente son muchos los que toman los acon– tecimientos de la vida a la ligera. Lo único que les preocu– pa es disfrutar irracionalmente y a costa de los demás. Ha– cen prevalecer su egoísmo, sus intereses personales, en to– dó momento. Cultivan en extremo sus caprichos, sus ex– pansiones y su cuerpo, pero apenas son conscientes de qu~ su espíritu exige también algunas atenciones. 113

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