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sar. Cristo hace aquí una clara separación entre lo polí– tico y lo sobrenatural. El César no es un Dios. Dios solo hay uno y a El hay que servir. El empe--:ador tiene la auto– ridad porque el pueblo se le concede y debe ejercerla pa– ra el bien común. Los judíos quedaron consternados ante la respuesta, porque ellos defendían la existencia de un sólo Dios y, sin embargo, aceptaban (muchos de ellos al menos) la divini– dad del emperador. Habían llegado a confundir lo político con lo religioso. Sus intereses de raza estaban por encima de sus sentimientos mosáicos, y usar;m de la fe.como me– dio para proteger sus privilegios y su sentido de superiori– dad. Cristo ordena dar a Dios lo que le pertenece. Es decir, sugiere que: - Dios debe ser lo más importante para el hombre, quien ha de procurar cumplir en todo su voluntad; - no hay otros dioses y, por lo tanto, sólo al Dios ver– dadero hay que adorar; - los hombres (los fariseos, en concreto), se habían fa– bricado muchos ídolos que suplantaban a Dios; - la política está al servicio del hombre y no el hombre al servicio de ella. Asimismo, la política no puede pre– tender dar normas para la vida interior de los ciuda– danos ni constituirse en un poder absoluto que, lejos de servir al pueblo, le tiraniza, haciéndole olvidar su dignidad personal y su dependencia absoluta de Dios; - la aceptación de un ser humano como "divino" acaba con la concepción monoteísta judía y cristiana que no admite otro Dios que el Padre de los cielos; - ningún hombre debe ser esclavo de otro hombre, ya que los dos tienen la misma dignidad y, por lo tanto ambos se deben servir mutuamente, aunque cada uno desde su campo específico. Este pasaje del evangelio tiene muchas repercusiones prácticas para nuestra vida. También entre nosotros puede 109

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