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30. El tributo al César "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas a vivir según Dios, sin consideración a respetos humanos, ni acepción de personas. Dinos, pues, tu palabra sobre esto: ¿debe– mos pagar el tributo al César o no?" (Mt 22, 16). Es curioso ver cómo los fariseos habían llegado al colmo de la hipocresía. Por una parte, reconocen la sinceridad con que procede Cristo, enseñando cuál es la voluntad del Se– ñor, y practicando una serie de virtudes que ellos no apre– cian. Lo llaman maestro y le conceden que no admite dis– tinción entre las personas por su hacienda, su inteligencia o su color. Pero a pesar de todo le tienden una trampa. Al preguntarle si era lícito pagar el tributo al César o no, lo introducen en un callejón sin salida. Si apoya el pago del tributo acepta también el imperialismo dominante de Ro– ma y consiguientemente, disgustará a quienes son partida– rios de la expulsión romana y la independencia. Si se nie– ga a dar el tributo al César se verá muy pronto en las ma– nos de quienes simpatizan con Roma y persiguen a los re– beldes. Jesús encuentra una salida airosa y ejemplar que descon– cierta a sus "tentadores". Al mostrarle la moneda advierte que en una de las caras está la efigie del emperador y en otra la corona de laurel, símbolo de la divinidad de que es– taba dotado aquél. Por eso dice: Dad al César lo que es del César (su efigie), y a Dios lo que es de Dios (el laurel), puesto que el César es un jefe humano con poder humano y no puede atribuírsele, en ningún caso, poder divino, que sólo le corresponde a Dios. Lo entendieron los judíos. Ellos eran monoteístas y juraban no adorar a otro Dios que a Yavhé. En cambio, aceptaban la divinidad del Cé- 108

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