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PESCADORES DE HOMBRES El Rabí Nazareno ya tenia su escuela. Le seguían al-– gunos discípulos, aunque no de una manera habitual. Si– món y Andrés, hijos de Juan, y Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, habían escuchado el divino llamamiento y se complacían en recibir sus lecciones de vida; pero, obli– gados por la necesidad, habían de lanzarse al lago para echar sus redes y con su pesca ganarse el sustento de ca– da día. Una noche tranquila y estrellada toman sus enseres de trabajo, suben a la barca y se van, lago adentro, a pes– car. En aquella calma y obscuridad nocturnas, pensaban recoger una multitud de peces. Pero salen fallidas sus esperanzas. Una y otra vez 3;rroj an la red al agua. Todo inútil: ni un solo pez cae entre sus mallas. Y en este rudo trabajo se pasan toda la noche hasta que se acercan los primeros albores del nuevo día. El claror de las estrellas va menguando, a medida que se inicia y avanza el cre– púsculo matutino. De nuevo intentan en la alborada reanudar su tra– bajo; pero ni aun entonces aparece en la red una sola pieza. Cansados de trabajo, empuñan los remos y acer– can las barcas a la orilla; saltan al suelo y se ponen a lave.r las redes. De pronto se oye un sordo clamor de voces, seme- 94
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