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v<'nido a perdernos? Te conozco; eres el Santo de Dios. Hasta los demonios confesaban la pureza y la santi– dad del Nazareno. El era el Hijo de Dios que venía a de– rrocar el espíritu de las tinieblas de su trono. Mas Jesús se encaró con el demonio que poseía aquel hombre y dio a entender claramente su poder taumatúrgico, diciendo con • • 1 nnpeno: iCállate y sal ele ese hombre! El poseso comenzó a agitarse con violentas convul– siones y prorrumpió en grandes alaridos. Era el demonio inmundo que vencido por Jesús daba muestras de su fu– ror en aquel hombre del cual salió sin hacerle daño. Los que habían contemplado el prodigio se quedaron estupefactos. No se había visto cosa semejante. Se mira– ban unos a otros con tamaño aire de sorpresa y luego se decían: lQué es esto? lQué nueva doctrina predica el Na– zareno? El manda con imperio a los espíritus inmundos y . le obedecen. Como reguero de pólvora se extendió la noticia por toda Cafarnaúm. Muy pronto la fama de Jesús corrió no sólo por toda la ciudad, sino también por las regiones limítrofes. Saliendo Jesús de la Sinagoga, se dirigió al barrio de los pescadores. y entró en la casa de Simón Pedro. La ma– dre política de éste yacía acostada víctima de ardorosa fiebre. Pronto se lo comunicaron a Jesús. El Nazareno se acercó a la enferma, la tomó de la mano, la levantó, increpó a la fiebre, y quedó sana. Como si no le hubiera aquejado ningún mal. se puso a servir la comida a los :fa– miliares y a todos los que acompañaban a Jesús. Era ya tarde. El sol se había hundido en el ocaso entre nubes de púrpura y oro. Comenzaban a brillar las estre– llas. Pero aquella noche se había hecho amable no tan só- 91
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