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sorto en sus recue¡dos -. Justo, ésta fue la hora en que el Rabí de Nazaret me dijo: «Anda que tu hijo vive». Entonces sintió el alma inundarse de una luz sobre– natural. La fe en el Hijo de Dios se hizo en él una corrien– te de vida que reanimó su espíritu y fortaleció su corazón. Llegó a su casa. Vió a su hijo sano, rebosante de salud y alegría. Se congratuló con su esposa p0¡r la dicha que embargaba su casa. Celebró con sus criados la vuelta a la salud de su hijo; y una y otra vez contó a todos los de la familia la impresión recibida al hablar con el Rabí de Na– zaret. El era un hombre admirable, dotado de unos atrac– tivos irresistibles. Su voz penetraba hasta el fondo de los corazones. No olvidaría en su vida el estremecimiento que experimentó en su corazón cuando le dijo: «Anda que tu hijo vive». Aquello fue como si de repente una explosión primaveral hubiera surgido en su alma. Tuvo que creer en su palabra y sintió un impulso inesperado que lo obliga– ba a ponerse en camino, lleno de esperanza. Y volvió a re– petir a toda la familia: No hay duda, ese hombre llamado Jesús, es verda– dero hijo de Dios. Su ejemplo fue un fermento de vida para toda aque– lla familia. Al escuchar sus palabras todos los de la casa: su esposa, sus hijos, sus criados, desde entonces creyeron en Jesús de Nazaret. Allí contaba Jesús con unos fieles amigos. Hay quien afirma que la esposa de aquel funcio– nario real fue una de las mujqes que seguían a Jesús du-– rante su vida pública. La fe en Jesús trajo la bendición sobre aquella casa y esta fe fue para sus moradores principio de vida eterna. 88

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