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sencia que en ausencia. Vuelto. al padre del enfermo, le des– pacha diciéndole: Anda que tu hijo vive. Debió de pronunciar Jesús esta frase con tal persua– sión que llegó hasta el fondo de aquel hombre vacilante en la fe. Aquellas palabras de Jesús fueron para él algo así como un rayo de luz que comienza a rasgar las tinie– blas de la noche, o como un soplo de fresca brisa que daba aliento a su pecho desfallecido. La fe en Jesús fue ilumi– nando y calentando su corazón. La esperanza brilló en su alma como divina estrella. Al impulso de esta fe y de esta espe,ranza se puso en camino de Cafarnaúm. Tal vez, según iba caminando, sur– gía en su mente el pensamiento de que, al volver a su ca– sa, su hijo comenzaría a ponerse mejor, y poco a poco se iría restableciendo. Caminaba al trote de su caballo, abrigando en su al– ma consoladoras ideas, cuando he aquí que divisa a lo le– jos unos hombres que se le acercan. Pronto se dio cuenta de que eran sus criados. No sabía qué nueva vend;rian a darle. Tal vez su hijo había empeorado; acaso muerto; pe– ro volvía a su mente lo que había dicho el Rabí de Nazaret, y la esperanza continuaba brillando en su corazón con su luz reconfortadora. Por fin, los criados llegan a su presencia. En sus ros– tros se refleja una alegría desbordante, que viene luego a manifestarse en sus palabras. ·iAlbricias, Señor! ___ le dicen. ¿Qué nueva me traéis? -- pregunta él con ansiedad. - Tu hijo vive --- afirma uno. - - En casa queda completamente sano añade otro --. Todo allí es ;regocijo. ¿No me podéis decir a qué hora se sintió mejor? Ayer, a la una de la tarde, le dejó libre la fiebre. Hoy está perfectamente bien. iAyer a la una de la tarde! - repite el reyezuelo ab- 87.
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