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EL NUEVO NACIMIENTO Había puesto Jesús en movimiento al pueblo de Je– rusalén con sus milagros y su doctrina. Terminado el día, despidió a la turba. y se retiró a la modesta vivienda don– de se hospedaba. Bien podemos contemplarlo en la azo– tea de aquella casa haciendo oración. La noche había ce– rrado. Una noche serena, templada, primaveral. La luna en su plenilunio de Nisán ostentaba su disco redondo y blanco en medio del cielo. Sus rayos plateados ilumina– ban suavemente los edificios de la ciudad, los campos. los montículos y los valles del contorno. La claridad noc– turna era tal que parecía de día. Desde la azotea donde oraba Jesús, se divisaban los reflejos de la luz lunar en las torres de los palacios y en las azoteas de las casas. Los sicómoros de los huertos y i:yctines ofrecían notable contraste con sus obscuras co– pas y sus negras sombras. Todo invitaba al recogimiento. a la expansión del alma por atmósferas desconocidas. En el silencio y paz de la noche, Jesús, fijas sus pu– pilas en la bóveda inconmensurable del cielo, se hallaba en íntima y fervorosa comunicación con el Padre celes– tial, sin olvidarse de sus hermanos -los hombres que tan mal correspondían al mensaje de amor que El traía del cielo. Espe,raba a un hombre de buena voluntad que de– seaba penetrar en los misterios del reino de Dios. 75
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