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con sus jaulas. Mientras restallaba el iátigo se oía su voz grave y majestuosa: -- iQuitad todo esto de aquí y no queráis haeer u.c la ca,sa de mi Padre una plaza de mercado! Al gesto. de Jesús nadie replicó. Todos fueron salüm– do del Templo y se hizo un silencio impresionante como el que sigue al chocar de una ola en la roca. Los discípu– los estaban suspensos ante la actitud dominadora del Maestro. En el silencio expectante se oía a lo lejos el canto de los himnos litúrgicos. Jesús mantenía su rostro sereno, majestuoso, arrebolado por el fuego interior que invadía su corazón. Los discípulos ante el poder irresistible y el celo fervoroso del Maestro recordaron las palabras del sal– mo popular que tenían en Jesús cumplimiento: •-·· El celo de tu casa me ha devorado. La huida de los animales, de los mercaderes y cambis– tas y el silencio que siguió al alboroto del mercado llamó la atención de los encargados del Templo. Pronto corrió la noticia del gesto de Jesús. Verdad es que su comporta– miento no tenía nada de reprobable. El Templo no era una plaza pública. El mercado allí era una profanación, y esto saltaba a la vista de todos. Mas los encargados del Templo hacían la vista gorda, porque salían en gran ma– nera beneficiados con aquellos tráficos. Ellos, por otra parte, si bien no podían condenar el celo del Nazareno, querían saber quién era y por qué se portaba de aquella manera. Sería tal vez un Profeta como otros tantos que habían surgido en ocasiones en el pue– blo de Israel de una manera inesperada, a veces de con– diciones humildes como la de pastor o campesino. Esta duda les movió a acercarse al Nazareno y exigirle alguna prueba de su misión como enviado de Dios. y así le dicen: ¿Qué señal das para obrar así? Destruid este templo responde Jesús ----. y yo le reedificaré en tres días. Ellos oyeron estas palabras. y pensaron que Jesús 73
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