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i Cámbiame esta moneda de oro! . se oía a un forastero. -- iEres un ladrón! - gritaba un comprador -· iY tú, un avaro! - respondía a voces el mercader. Y en esta incesante algarabía se deslizaban los días antes de la Pascua. Súbitamente se nota un revuelo ines– perado. El griterío mengua hasta casi apagarse. Hombres y animales comienzan a desfilar y a saliF del atrio. Los cambistas se alzan pálidos de sus puestos. lQué ha pasap.o? Un joven galileo con aire de Maestro y de Profeta. acompañado de un pequeño grupo de discípulos, ha pene– trado en el atrio con actitud amenazadora. En su porte se refleja una autoridad irresistible. Su rostro está suavemen– te encendido. En sus ojos brilla divina cólera. Es Jesús de Nazaret. Ha llegado en peregrinación al Templo del Señor con motivo de la solemnidad de la Pas– cua. Vino a Jerusalén con una pequeña caravana com– puesta de sus discípulos, de sus parientes y paisanos. Si– guiendo el valle del Jordán llegó a la Ciudad santa re– bosante de belleza con sus torres, azoteas y palacios. So– bre todo al contemplar el Templo reluciente de oro y már– mol con sus fachadas, patios, columnatas y graderías ~u corazón se inundó de júbilo. Pero el espectáculo que en el atrio se ofreció a_ sus ojos le era en gran manera repugnante. El vocerío de los hombres, el rebullir de los animales, el olor del estiércol depositado en las baldosas, la agitación de las mesas de los cambistas..., toda aquella feria de mercaderes y negocian– tes que hacían de la casa del Señor una lonja de contra– tación despertaron en su alma los incendios de una ira santa. Recogió un puñado de cuerdas trenzadas al uso oriental con juncos flexibles; hizo un látigo y con él co– menzó a descargar golpes sobre los bueyes, las ovejas, los corderos y los mercaderes. Derribó la mesa de los cambis– tas, echando a rodar por el suelo sus monedas, y a los ven– dedores de palomas les dio orden de salir inmediatamente 72
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