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EL CELO DE LA CASA DEL SEÑOR Se aproximaba la solemnidad de la Pascua. En Jeru– salén rebullía la gente animando las calles. El ruido· de pasos y palabras era ininterrumpido como incesante oleaje de mar. La afluencia de peregrinos redoblaba la inquie– tud callejera. Los preparativos para la gran fiesta judía tenían en movimiento a toda la ciudad. Pe.ro la agitación mayor se notaba en el Templo y sus contornos. Sobre todo en el atrio exterior los gritos eran ensor– decedores. Allí la confusa mezcolanza de hombres y ani– males daba al Templo del Señor el aspecto de una pla– za pública. Numerosos mercaderes guardaban sus bueyes, sus ovejas y palomas esperando a los compradores que los solicitaban para los sacrificios. No faltaban cambistas sen_ tados en sus mesas para facilitar la compra y la venta con el cambio de la moneda. Los cantos litúrgicos eran apagados con el atronador murmullo que formaban el gri– terío de los traficantes, el mugido ele los bueyes, el balar de las ovejas, el zureo de las palomas y el tintineo en las mesas de los cambistas. - i V•tmdeme ese buey gordo! - clamaba un rico. iTe compro esos dos corderos! repetía un pe- regrino. iMe conformo con este par de palomas! __ añadía un pobre. 71
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