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los divanes, y se limpiaban también las manos antes de ponerse a la mesa. Como ya se habían hecho las .puri– ficaciones de rúbrica, las ánforas estaban vacías. Los sirvientes se acercaban a Jesús esperando órde– nes. Jesús sintiendo aquella necesidad de los esposos co– mo si por sí mismo pasara, deseoso ele participar de los regocijos humanos y santificarlos con su presencia. les dice: -- Llenad de agua aquellas ánforas. Los sirvientes muy cumplidores de aquel mandato, las llenaron hasta los bordes. Jesús les da esta nueva orden: Sacad ahora y llevadlo al maestresala. Hundieron los sirvientes una copa en una de las ánfo– ras y se la llevaron al director del banquete. Un color de oro viejo brillaba en la superficie de la copa. La tomó el maestresala y gustó el licor. Ignorante de su proceden– cia no hacía más que maravillarse de aquel exquisito vino que había probado. Esto era algo insólito. Precisaba pe– dir explicaciones al esposo que, al parecer, les había re– servado aquella sorpresa. Llamándole, le dijo: - Todos sirven primero el vino bueno, y cua.nclo ya están bebiclos, el iwor; pero tú has guarclado hasta ahora el vino mejor. Mas pronto se dio cuenta de que allí había ocurrido algo extraordinario. Miró a los criados. Estos miraron a María. María a Jesús, y en todos los rostros se refiejó admiración, alegría. gratitud ante el milagro realizado por Jesús. Con esto sus discípulos sintieron arraigarse la fe en su Maestro, el cual comenzaba ya a manifestarse como Enviado 'del cielo. El había dado su primera prueba de; que era el Mesías prometido, el verdadero hijo de Dios. En la mañana plácida deja Jesús a Caná todavía re– bosante en fiestas. Le acompañan su Madre y sus discí- G9
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